Crítica:FLAMENCO

Una voz, una guitarra, un piano

Enrique Morente puso al teatro de la Zarzuela boca abajo. Todo el mundo en pie, aclamándole, después de dos bises. Cantó como en él es casi costumbre: impecablemente. Lo cual en el flamenco no siempre es bueno, porque si se canta demasiado bien parece que queda frío. Morente empezó frío; bien, pero frío. Cantes libres, en los que él es un maestro. Después soleares, siguirillas, alegrías, bulerías. Estaba ya caliente y daba la medida de un cantaor por muchos conceptos excepcional. Un torrente creador, una voz que oímos con relativa frecuencia y cada vez nos sorprende con algo nuevo, inéd...

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Enrique Morente puso al teatro de la Zarzuela boca abajo. Todo el mundo en pie, aclamándole, después de dos bises. Cantó como en él es casi costumbre: impecablemente. Lo cual en el flamenco no siempre es bueno, porque si se canta demasiado bien parece que queda frío. Morente empezó frío; bien, pero frío. Cantes libres, en los que él es un maestro. Después soleares, siguirillas, alegrías, bulerías. Estaba ya caliente y daba la medida de un cantaor por muchos conceptos excepcional. Un torrente creador, una voz que oímos con relativa frecuencia y cada vez nos sorprende con algo nuevo, inédito, unos melismas y unos giros que nunca habíamos oído, ni aún él. Los mismos cantes jamás sonarán iguales en la voz de Enrique Morente, que tiene el don de la permanente inventiva.Sus alegrías, por ejemplo. Un género que habitualmente los cantaores hacen con bastante vulgaridad y metidos en una mecánica rutinaria, Morente les da la vuelta, pone en copla los versos de Alberti nos regala un cante nuevo, original, lleno de frescura. O los tangos, que pueden ser una melopea cansina y Morente los hace vivos, los enriquece con sus habituales cambios de tonalidades.

Recital de Enrique MorenteRecital de Enrique Morente

Con la guitarra de Gerardo Núñez y el piano de Antonio Robledo. Teatro de la Zarzuela. 23 de febrero.

Con la voz de Enrique Morente, la guitarra de Gerardo Núñez, inspirada, precisa, entendiendo perfectamente los requerimientos del cantaor. Núñez es un gran concertista, pero tiene enorme sensibilidad para el cante, y ya sabemos que esto es fundamental para el acompañamiento idóneo. Entre Morente y Núñez, entre voz y guitarra se estableció un diálogo por muchos conceptos memorable. Como memorable fue el diálogo de Morente con el piano de Antonio Robledo en el Alegro Soleá, una obra hermosa, que alienta nuestras esperanzas en que la música llamada culta venga a enriquecer y aumentar las posibilidades expresivas del flamenco. Pocas veces un piano ha sonado tan jondo, tan definitivamente flamenco.

Conciertos como el que oímos merecen el recuerdo. Y gratitud.

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