Tribuna:

Futuro y educación ambiental

La educación ambiental es ya popular. Está presente en las grandes declaraciones políticas, en los medios de comunicación más prestigiosos y en los documentos de intenciones de los organismos supranacionales de conservación. Ha llegado al habla de la calle ¿Pero qué significa hoy educación ambiental? ¿Qué educación ambiental formal se hace, en España? A juzgar por la envergadura y posición relativa de lo ambiental en los nuevos planes educativos concluiremos que no se ha superado el "síndrome del compartimento estanco". Tampoco en otros estados de Occidente se ha ido mucho más allá.Todo se lim...

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La educación ambiental es ya popular. Está presente en las grandes declaraciones políticas, en los medios de comunicación más prestigiosos y en los documentos de intenciones de los organismos supranacionales de conservación. Ha llegado al habla de la calle ¿Pero qué significa hoy educación ambiental? ¿Qué educación ambiental formal se hace, en España? A juzgar por la envergadura y posición relativa de lo ambiental en los nuevos planes educativos concluiremos que no se ha superado el "síndrome del compartimento estanco". Tampoco en otros estados de Occidente se ha ido mucho más allá.Todo se limita, salvo excepciones, a inculcar a los adolescentes los comportamientos a imitar: no matar pájaros, no tirar papeles al suelo y, si acaso, no dejar abiertos los grifos. Ni siquiera aspectos básicos como la prioridad absoluta del reciclaje o la relación directa entre incendios forestales y trágica erosión son platos fuertes del menú.

¿Por qué se mantiene semejante hipocresía colectiva? ¿Por qué nos obstinamos en caminos suicidas en vez de identificar educación ambiental con educación para la supervivencia de las especies, incluida la nuestra, evitar su restricción a una edad o a un ámbito social, defender, en suma, que toda educación ha de ser ambiental?

Hemos hablado de supervivencia, y ahí está la clave. Deseamos mantener el actual reparto de recursos y niveles y nos vemos obligados a poner muros de hormigón, de idioma o de papel timbrado arte nuestros semejantes.

Pero educar para sobrevivir a largo plazo es estar dispuesto a abandonar situaciones privilegiadas. Significa hablar clara y reiteradamente, en la más amplia diversidad de foros, del crecimiento demográfico humano, como el más grave problema de la biosfera: formar sociedades conscientes del lastre que suponen los planteamientos natalistas en el camino de la lucidez.

Significa dedicar medios y ganas a generar, desde el jardín de la infancia al club de jub¡lados, sociedades completa y verazmente informadas y, por tanto, libres al pensar. Capaces, por ejemplo, de plantearse de inmediato la desgravación por donaciones conservacionistas, las listas abiertas, la redefinición radical de los, sindicatos o el valor político de las posturas abstencionistas o insumisas. Sociedades propulsoras de la cooperación individual, en que lo civil no sea sustitutorio de lo militar, sin duda a extinguir.

Sociedades capaces de poner sobre la mesa del debate público, por puro deseo de aprendizaje compartido, catalizadores de conversación y de opinión como la eutanasia, los modelos alternativos de familia, el antiprohibicionismo sobre drogas, la preservación de la biodiversidad como principio rector de la economía, la objeción fiscal, o la enseñanza de la aún llamada parapsicología en las escuelas. Sociedades pacíficas y creativas tendentes a no necesitar rituales, nacionalismos ni estados, con respeto verdadero del planeta del que son parte.

Han de ser éstos y no otros los senderos de nuestra generalizada educación ambiental, también en el bosque con cuaderno de campo y cantimplora. Sólo si enseñamos, a superar con sensibilidad la cicatería de quien quema gasóleo en ir a verter residuos al país vecino habrá garantía suficiente de supervivencia para todos, que es la única posible. Lo demás vendrá por añadidura, y el futuro nos lo agradecerá.

, doctor ingeniero de Montes, es profesor titular de la Universidad de Vigo.

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