EVOLUCIÓN: PATRONES DE RECONOCIMIENTO

Nuevas ideas sobre los criterios femeninos de selección sexual

La belleza no reside en los ojos de quien mira, sino en su cerebro. Los últimos trabajos realizados con programas de redes neuronales sugieren que la apreciación humana de lo que es bello es producto de las conexiones cerebrales, causadas por millones de años de selección natural, entrenamiento de los ancestros humanos en patrones de reconocimiento efectivos.Charles Darwin estableció un proceso denominado selección sexual en que los miembros de un sexo (normalmente las hembras) elegirían a los del otro. Sin embargo, los criterios por los que se harían tales elecciones no estaban tan cla...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

La belleza no reside en los ojos de quien mira, sino en su cerebro. Los últimos trabajos realizados con programas de redes neuronales sugieren que la apreciación humana de lo que es bello es producto de las conexiones cerebrales, causadas por millones de años de selección natural, entrenamiento de los ancestros humanos en patrones de reconocimiento efectivos.Charles Darwin estableció un proceso denominado selección sexual en que los miembros de un sexo (normalmente las hembras) elegirían a los del otro. Sin embargo, los criterios por los que se harían tales elecciones no estaban tan claros. Darwin supuso que las hembras tienen un sentido innato de discriminación para elegir a los machos que encontrasen atractivos. Por ejemplo, las hembras de los pavos reales elegirían como compañeros a los ejemplares con las colas más grandes y espléndidas. Esta idea tiene un fallo serio: ¿sólo porque los humanos encuentran atractivas las colas de los pavos reales tienen que serlo también para las pavas? Además, ¿es razonable asumir que un pájaro tendría la sensibilidad necesaria para hacer discriminaciones estéticas?

Los investigadores han intentado encontrar una salida buscando algunos mecanismos que expliquen la selección sexual y han surgido dos ideas. La primera, propuesta por el genetista británico R. A. Fisher, era que los rasgos masculinos coevolucionan con la preferencia femenina por los mismos. Al tiempo que los hijos heredasen un plumaje llamativo, las hijas recibirían una preferencia creciente por los machos con esa característica. Esta idea es interesante, resulta muy difícil averiguar cómo las preferencias femeninas pueden ser asociadas a un rasgo masculino particular. Es decir, el proceso funciona bien una vez que ha empezado, pero la cuestión es explicar cómo se inició.

La segunda idea, de los buenos genes, propone que las hembras utilizan los rasgos externos masculinos como un anuncio de la calidad genética del macho que los exhibe. Y calidad en este contexto significa la habilidad para reproducirse y pasar sus genes a sus hijos, por lo que tiene mayor alcance que sencillamente salud, aunque ésta sea importante.

Recientes trabajos con pavos reales muestran que esto es cierto: los machos con rasgos más llamativos y grandes tienden a procrear más crías, que tienen, a su vez, más oportunidades para sobrevivir y reproducirse. Pero también hay indicios de que las hembras seleccionan a los machos a partir de la simetría de los rasgos que exhiben. Por ejemplo, una hembra de golondrina (Hirundo rustica) tiende a emparejarse con un macho que tenga las puntas de la cola simétrica antes que con uno que muestre longitudes diferentes de las plumas. La idea es que la asimetría puede reflejar algún defecto en el desarrollo y crecimiento que una hembra haría bien en evitar al seleccionar al macho. La variación aleatoria en cada generación alimenta el sistema con variaciones asimétricas, agudizando, por tanto, la elección femenina. Las hembras estarían entonces utilizando la simetría como una indicación de buenos genes.

Pero esta idea plantea el mismo tipo de cuestiones del proceso propuesto por Fisher. No está claro cómo ha sido seleccionado este atributo particular en lugar de otro. Entonces surge una tercera escuela de pensamiento llamada hipótesis del sesgo sensorial, basada en la idea de que la capacidad de un animal para percibir su entorno es finita, y tan establecida por la selección natural como la elección de compañero o cualquier otro rasgo de la vida animal. Los animales no responden a todo estímulo posible, sino sólo a aquellos que la evolución ha hecho por selección que ellos perciban y de los cuales depende su supervivencia.

Copyright Nature

Archivado En