Crítica:POP

La hora bruja

Cuando Marisa Monte apareció en la música de Brasil, en el otoño de 1987, causó estragos. La unanimidad fue prácticamente total: había nacido una estrella. Tenía voz, ese carisma que distingue a los más grandes, y quienes se encargaban de llevarla urdieron la estrategia comercial idónea para una cantante que se plantea su devenir artístico a largo plazo.Adernás, desde la muerte de Elis Regina, no había surgido ninguna intérprete femenina capaz de enamorar a los brasileños. Gal Costa y María Bethaniâ ya habían cumplido los 40; Marisa, tenía entonces 20 años.

El concierto arrancó a media ...

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Cuando Marisa Monte apareció en la música de Brasil, en el otoño de 1987, causó estragos. La unanimidad fue prácticamente total: había nacido una estrella. Tenía voz, ese carisma que distingue a los más grandes, y quienes se encargaban de llevarla urdieron la estrategia comercial idónea para una cantante que se plantea su devenir artístico a largo plazo.Adernás, desde la muerte de Elis Regina, no había surgido ninguna intérprete femenina capaz de enamorar a los brasileños. Gal Costa y María Bethaniâ ya habían cumplido los 40; Marisa, tenía entonces 20 años.

El concierto arrancó a media noche. Imperativos logísticos impidieron hacer la prueba de sonido a la hora prevista; Marisa Monte tuvo el tiempo justo de cambiarse para salir a cantar. No eran los mejores antecedentes para una actuación memorable, pero aún así logró entusiasmar.

Marisa Monte

Marisa Monte (voz), Waldonys (acordeón), Davi Moraes y Fernando Caneca (guitarras), Dadi (bajo), Mónica Millet y Marcos Lobo (percusiones) y Cezinha (batería). Teatro Monumental. Madrid, 3 de noviembre.

Empezó con María de Verdade, que abre también el nuevo disco, Rose and charcoal; 20 canciones de entre sus dos últimos álbumes y alguna repescada del primero, como South american way, en homenaje a la más universal de toda las brasileñas que han sido: Carmen Miranda.

El tratamiento sonoro es fascinante. Están los tambores, calabazas y berimbaus de Bahía; el acordeón, el bombo y el triángulo de la región Nordeste y el bandolim, la cuica y el pandero cariocas, más las guitarras acústicas indispensables en la música brasileña. El todo con una sonoridad contemporánea. Escuela de samba de toda la vida y modernidad neoyorquina. Juntas y revueltas. Una audaz amalgama que ella plantea con una elegancia y naturalidad impresionantes.

Lo mismo cuando aborda una samba antológica (Preciso me encontrar) que si hace una versión del Pale blue eyes de Lou Reed. Tocaron O xote das meninas, con el tempo endiablado de los forrós nordestinos. Y se pudo parafrasear lo que al guien dijo de la samba: únicamente no brinca quien ya está muerto. Del acordeón salían chispas.

Con esa blanca palidez de quien vive en Río de Janeiro pero no parece haber pisado la playa desde niña, Marisa Monte domina los diferentes tiempos del espectáculo. Los instantes más sosegados permitieron disfrutar de todos los matices de una voz fantástica.

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