INTERVENCIÓN EN EL CARIBE

Los seguidores de Aristide en Haití temen un acuerdo que evite la invasión

RICK BRAGG (NYT) En los barrios más pobres -los que apoyan al presidente depuesto, Jean-Bertrand Aristide, y rezan por una invasión que acabe de un plumazo con sus sufrimientos- se viven horas de inquietud. Las negociaciones entre una delegación estadounidense, presidida por Ammy Carter, y la junta militar han aplazado lo que parecía inminente. "Cada día de conversación nos mata", dice Emmanuel Lejol, un joven pro-Aristide. Sus partidarios temen que una componenda les deje solos e indefensos ante los hombres de Raoul Cédras.

Mientras que los seguidores del general Cédras y su junta mili...

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RICK BRAGG (NYT) En los barrios más pobres -los que apoyan al presidente depuesto, Jean-Bertrand Aristide, y rezan por una invasión que acabe de un plumazo con sus sufrimientos- se viven horas de inquietud. Las negociaciones entre una delegación estadounidense, presidida por Ammy Carter, y la junta militar han aplazado lo que parecía inminente. "Cada día de conversación nos mata", dice Emmanuel Lejol, un joven pro-Aristide. Sus partidarios temen que una componenda les deje solos e indefensos ante los hombres de Raoul Cédras.

Mientras que los seguidores del general Cédras y su junta militar se agolpaban frente del Palacio presidencial para dar fe de sus preferencias delante de las cámaras de televisión de medio mundo otros hacían su trabajo diario. Los oponentes al régimen denuncian que los asesinatos, una media de cuatro al día, no han cesado ni con la presencia de los barcos de guerra ni con la de los tres ilustres visitantes (el propio Carter, el general Colin Powell y el senador Sam Nunn).A veces, por la noche sobre todo, se escuchan disparos aislados. Parece que son al aire. La gente del régimen, con ojos desorbitados por el odio, brinca como gobernada por el vudú. La policía les mantiene a raya con un simple palo. Después, como agotados, se frenan y quedan inertes. El nerviosismo ha ido creciendo durante las interminables reuniones. Sobre todo en las últimas horas. Algunos periodistas han sido víctimas de algún que otro tumulto. Nada grave: un par de empujones con las pistolas bien visibles al cinto.

Con el miedo al cinto

Otros hombres, también armados, recorren las callejuelas de los más humildes en busca de gente que habla demasiado o demasiado alto sobre el retorno de Aristide. "Queremos una acción ya", dice Lejol, el joven de 21 años que presume de seguir ciegamente a Aristide. "Cada día de negociación, cada día en que los militares permanecen en el poder, el jefe [Cédras] cuenta satisfecho su dinero". Y añade con rotundidad: "Cada día de conversación nos mata".

La mayoría de la gente de Haití creía que la invasión era inminente. Ahora, después de la diplomacia del último minuto no saben qué creer. Aviones estadounidenses lanzaron ayer, por tercera vez, pasquines sobre Puerto Príncipe. En ellos se pide al pueblo que permanezca tranquilo en sus casas. La sugerencia está escrita en créole. "Pero es un créole ue no hablamos", dice con sarcasmo un habitante de la capital.

El temor más repetido es que a campana salve a los golpistas. Que se deje intacta la maquinaria represiva del régimen aunque esta sea dirigida por otros nombres. Por ello, el entierro de Ti Pierre, asesinado a tiros hasta dejar irreconocible su rostro, hace una semana en una iglesia protestante que apoya el regreso a la democracia, se vivió con mayor recogimiento. Cualquiera puede estar mañana en su lugar.

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"Simplemente, háganlo", suplica Samuel Cadeau, un militante muy próximo a Aristide, que vive clandestinamente en Puerto Príncipe. "Cuando los políticos estadounidenses hablan de guerra, de derribar un Gobierno y después no hacen nada, ¿qué creen que pasa con nosotros? Si siguen amenzando sin moverse ya no estaremos aquí".

Hay un chiste que ha hecho fortuna en la capital de Haití: "Cuando los americanos llegen para liberar el país ya no quedará [vivo] ningún votante de Aristide, pero eso sí, hallarán un montón de personas dispuestas a hacerlo la próxima vez". La ironía es que la Constitución haitina impide la reelección cuando expire en 1996 el intermitente mandato de Aristide.

Un antiguo miembro del Gobierno depuesto, Jean Joseph, refugiado en Cabo Haitiano, resume la situación con un deje de amargura: "Si no hay acción exterior habrá una purga sistemática de seguidores de Aristide y de sospechosos de haber deseado la invasión. Será una matanza".

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