LAS VENTAS

Diego González, de Colombia, torero

Inopinadamente y en el último minuto, se produjo la gran revelación: un novillero jovencisimo -un chavalín-, conmocionaba la afición madrileña cuajando el mejor toreo de la temporada. Diego González se llama, viene de Colombia y demostró a las primeras de cambio que es torero.Torero de técnica y valor, torero de arte y hondura; torero de torería, cuya naturaleza trasciende inconfundible, si la siente en el alma su portador. Un torero sin torería, por mucho oficio que tenga, siempre será un pegapases; un torero con torería ni siquiera necesita presentación, y al verlo todo el mundo dirá: ahí va...

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Inopinadamente y en el último minuto, se produjo la gran revelación: un novillero jovencisimo -un chavalín-, conmocionaba la afición madrileña cuajando el mejor toreo de la temporada. Diego González se llama, viene de Colombia y demostró a las primeras de cambio que es torero.Torero de técnica y valor, torero de arte y hondura; torero de torería, cuya naturaleza trasciende inconfundible, si la siente en el alma su portador. Un torero sin torería, por mucho oficio que tenga, siempre será un pegapases; un torero con torería ni siquiera necesita presentación, y al verlo todo el mundo dirá: ahí va un torero.

Ahí iba el torero, aquel chavalín colombiano, doblándose con el toro, y al ligar un trincherazo sencillamente monumental, un ceñido ayudado a dos manos, el pase de la firma, la plaza entera ya estaba en pie, alborotada y encendida. Y aún hubo más: dos tandas de naturales -adviértase que le faltó tiempo para echarse la muleta a la izquierda-, suaves, templados, reunidos y en acabada ligazón, abrochados con uno por bajo que levantó clamores; nueva tanda de similar corte; toreo en redondo de impecable trazo envolviéndose el toro en la cintura, porque cargaba la suerte el torero colombiano y,al cargarla, ya estaba cruzado con el toro, metido en el terreno del toro, obligándole a dibujar en su embestida -solían explicar muy gráficamente los revisteros antiguos- el signo de la interrogación. Finalmente instrumentó ayudados, se entregó en la estocada. Y el público estalló en júbilo. No sólo el público: la aficion venteña también, principalmente la afición venteña, que cuando ve torear puro y bueno, dice: ahí va un torero, y se hace de miel.

Ruiz / García, Muñoz, González

Cuatro novillos de Juan Antonio Ruiz (dos fueron rechazados enreconocimiento), cuajados, mansos, broncos; dos de Palomo Linares, con trapío, 51 manso, 61 manejable. Juan Carlos García: tres pinchazos, -aviso- y estocada (silencio); estocada muy contraria, rueda de peones -aviso- y se echa el toro (aplausos y también pitos cuando saluda). Conrado Muñoz: pinchazo y estocada (algunas palmas); pinchazo bajo, otro hondo delantero, rueda de peones y descabello (silencio). Diego González, de Cafi (Colombia) nuevo en esta plaza: media ladeada -aviso- y dos descabellos (algunas palmas); estocada trasera (oreja). Plaza de Las Ventas, 11 de septiembre. Más de media entrada.

Diego González había apuntado detalles, arrestos, una concepción tan profunda como alegre de la lidia -que de ninguna manera está reñido lo uno con lo otro-, a pesar de que no pudo lucir, pues le correspondió un auténtico mulo, el peor novillo de una novillada mala sin paliativos. Mala, por mansa y por bronca, con la dificultad añadida de su trapío, irreprochable y hasta excesivo si se compara con lo que torean las figuras por ahí, el propio ganadero -Espartaco es su nombre de guerra-, incluído. Cualquiera de los novillos que Espartaco envió para novilleros jóvenes y presumiblemente inexpertos, tenía más cuajo, más seriedad, más fuerza y más pitones que los sucedáneos de toro habituales en las apoteosis de las figuras.

Los novilleros, sin embargo, les dieron cumplida respuesta, con un valor, unas ganas de agradar y un sentido de la responsabilidad admirables. Logros o desaciertos dependieron, naturalmente, de la madurez de cada cual y de las dificultades del género. Pero como la pelea se establecía de poder a poder, muy de verdad, a toma y daca, la corrida transcurría interesante y argumentada, con facetas de indudable emoción, Conrado Muñoz muleteó voluntarioso a sus toros, a veces fuera de cacho y utilizando el consabido pico, aunque se explicaba dada la incertidumbre de las embestidas. Juan Carlos García se entregó en un toreo auténtico y sin concesiones, toreo de valor y conocimiento, de aguante y sentido artístico, resolviendo con garbo los peligrós de los parones y las coladas. Diego González...

De Diego González, la gran revelación, los aficionados contaban y no acababan, y pues no les venían al verbo los adjetivos precisos, lo explicaban toreando. Toreando salió la afición de Las Ventas, como en los viejos tiempos, intentando reproducir la que fue una de las dos o tres mejores faenas de la temporada. Una faena inspirada y hermosísima, que colmó de aromas los paladares más exigentes. Y había durado ¡cinco minutos! Mientras tantas figuras necesitan un cuarto de hora de faena, 400 derechazos, toro mocho, al chavalín colombiano le bastaron cinco minutos para acabar con el cuadro.

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