ESCÁNDALO EN COLMENAR

La gran estafa

Salvajemente desmochados salieron los toros, sobre moribundos, o acaso debería decirse amodorrados, y el público no toleró semejante atentado a sus derechos de espectadores y a la tradición torista de la plaza. La gran estafa tuvo caracteres de provocación pues cuatro de esos toros ya los habían rechazado los veterinarios en el reconocimiento -y de ello elevaron informe por escrito-, pero el presidente de la corrida, que lo era el funcionario del Cuerpo General de Policía señor González -a la sazón, presidente de la plaza de Las Ventas-, determinó que se lidiaran. Luego, una vez en el ruedo, n...

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Salvajemente desmochados salieron los toros, sobre moribundos, o acaso debería decirse amodorrados, y el público no toleró semejante atentado a sus derechos de espectadores y a la tradición torista de la plaza. La gran estafa tuvo caracteres de provocación pues cuatro de esos toros ya los habían rechazado los veterinarios en el reconocimiento -y de ello elevaron informe por escrito-, pero el presidente de la corrida, que lo era el funcionario del Cuerpo General de Policía señor González -a la sazón, presidente de la plaza de Las Ventas-, determinó que se lidiaran. Luego, una vez en el ruedo, no devolvió al corral ninguno pese a que el público los protestaba en cuanto aparecían por los chiqueros exhibiendo unas astas vergonzosas, unas astas mínimas y romas, que se abrían en flor apenas rozaban los engaños. Y, además, estaban inválidos, hocicaban la arena, o se desplomaban, nada más sentir el escozor del puyazo, o incluso antes, sin sentirlo, sólo por el es fuerzo de haber embestido par de veces al revuelo de un capote.Los aficionados se sintieron heridos en su dignidad, se revelaron por ello, y desahogaron su indignación hasta desencadenar el gran escándalo, que pudo alcanzar proporciones de grave desorden público. Muleteaba Luguillano el quinto toro y parte de los espectadores decidieron abandonar sus localidades. Durante la lidia del sexto el desalojo ya fue casi al completo, mientras varios mozos de las peñas se acercaban al palco presidencial y le mostraban al funcionario señor González un enorme serrucho que ellos mismos habían compuesto sobre la marcha. Algunos miembros de la Guardia Civil tomaron posiciones cerca del presidente por lo que pudiera ocurrir. No era una actitud ociosa ni arbitraria: la pasividad del presidente ante la estafa que se estaba perpetrando contra el público y el atropello contra la propia fiesta, habían provocado una indignación generalizada que podía traer consecuencias.

Bohórquez / González, Luguillano, Vázquez

Cinco toros de Fermín Bohórquez y 3º de Vicente Charro, inválidos y brutalmente afeitados, según su aspecto. Los veterinarios rechazaron cuatro en el reconocimiento por presunta manipulación de astas, pero se lidiaron por determinación personal del presidente, Francisco González, contra quien se manifestaron a la puerta de la plaza miles de personas al acabar la corrida, que transcurrió en medio de un continuo escándalo.Dámaso González, David Luguillano y Javier Vázquez, pitados cada vez que intentaban faena, tuvieron la general indiferencia del público al concluir sus intervenciones. Plaza de Colmenar, 1 de septiembre. 6ª corrida de feria. Más de media entrada.

Las trajo de inmediato: miles de personas se manifestaron ante la puerta principal del coso reclamando la presencia del presidente para darle un recado. Y pues no aparecía, le dijeron todo cuanto nunca hubiese querido oir, y mucho más. Parte de los mozos de las peñas entraron en el ruedo profiriendo gritos de protesta por lo acaecido, mientras otra parte subía al palco y coreaba desde allí un amplio surtido de imprecaciones contra el señor González, pues se supo que permanecía en un cuartito paredaño, junto a los asesores y varios guardias civiles.

Guardias civiles a caballo entraron en el ruedo, pareció que con el propósito de despejarlo, pero se marcharon a los pocos minutos sin intervenir para nada. Y la manifestación continuó, cada vez más numerosa, ya que se incorportaban vecinos de Colmenar al enterarse de los acontecimientos. La crispación se incrementaba por momentos. Quienes habían asistido a la corrida comentaban el escandaloso desmoche de los toros, su invalidez, la falta de torería de los diestros por empeñarse en pegarles pases a pesar de que el público les pedía -¡más bien le exigía!- que los mataran de in mediato; se hacían lenguas de atropello que todo esto suponía para el público, cuyos boletos pagó religiosamente a buen precio, y la burla de que se había hecho objeto a la afición colmenareña, tradicionalmente torista y orgullosa de su plaza de toros, que ha sabido mantener aquella categoría durante centurias.

La evidencia del fraude

La actitud del presidente se comentaba también, y aún con peores tonos, pues resultaba inexplicable que siendo un funcionario de Policía en el ejercicio de su autoridad, garante de la autenticidad del espectáculo y de los derechos del público (esa es, al menos, su obligación inalienable), hiciera caso omiso de los veterinarios -quienes le habían informado del lamentable estado que presentaban las astas de los toros-, aprobándolos todos, él sabrá por qué motivos. Y luego, ya la corrida metida en el escándalo, no devolviendo ninguno, pese a la evidencia del fraude, pese a la invalidez manifiesta de aquellos pobres animales, pese a su inutilidad para la lidia, pese a las protestas del público, cada vez más airadas y violentas, al sentirse indefenso ante aquella ruín provocación.La Guardia Civil tuvo que proteger al presidente de las iras que él mismo había suscitado. Tuvo que custodiarlo en la plaza a lo largo de más de una hora, sacarlo en un furgón, ponerlo fuera del alcance del gentío que le estaba esperando para darle un recado al oído, y llevárselo a un lugar ignoto. Aunque no tan ignoto. Entrada la noche, el presidente señor González se encontraba a las afueras de Colmenar Viejo -acaso a unos tres o cuatro kilómetros de la población- en un paraje solitario y ligeramente arbolado del campo, cercano a la carretera, custodiado por guardias civiles. Sólo le faltó echarse prófugo al monte. Por su mala cabeza.

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