Saugerties: zona catastrófica

El aspecto del lugar recuerda al de un campo de refugiados

Ha llovido durante toda la noche. Mientras te atiborras de tostadas y huevos revueltos en el restaurante del motel, te preguntas si quedará algo de la nación de Woodstock o si la lluvia y el barro habrán convertido el inmenso prado de Saugerties en zona catastrófica. Por el camino, atrapado dentro del coche en un atasco interminable, te cruzas con gente que huye del festival. Su pinta es aterradora. Parecen supervivientes de algún desastre nuclear y su aspecto es más parecido al de los refugiados de guerra que al que sin duda tenían cuando abandonaron sus casas para sumarse al nuevo ver...

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Ha llovido durante toda la noche. Mientras te atiborras de tostadas y huevos revueltos en el restaurante del motel, te preguntas si quedará algo de la nación de Woodstock o si la lluvia y el barro habrán convertido el inmenso prado de Saugerties en zona catastrófica. Por el camino, atrapado dentro del coche en un atasco interminable, te cruzas con gente que huye del festival. Su pinta es aterradora. Parecen supervivientes de algún desastre nuclear y su aspecto es más parecido al de los refugiados de guerra que al que sin duda tenían cuando abandonaron sus casas para sumarse al nuevo verano de las flores.Muchos van descalzos. Algunos sin camisa. Unos pocos llevan impermeables. La mayoría encaja la lluvia con una resignación que les habrá sido muy útil durante los dos días que se han tirado encerrados en el campo de concentración de Michael Lang. Lo único que se lee en sus caras es el deseo de volver a casa, ducharse y pillar una cama. Ninguno parece muy convencido de haber vivido una experiencia única llena de paz, amor y comprensión.

En la radio del coche, sin embargo, los animosos muchachos de la emisora oficial del festival insisten constantemente en que todo el mundo se lo ha pasado de miedo. Y aprovechan para cargar contra la prensa extranjera (es decir: toda la que no tiene la ciudadanía de Woodstock). Según ellos, los periodistas mienten como bellacos al dibujar en sus artículos retratos dantescos de la situación del festival. Los chicos de Radio Woodstock lo tienen muy claro: todo es estupendo y el que diga lo contrario miente. En fin, supones que para eso les pagan.

Pero cuando llegas al recinto no puedes evitar considerarles unos cínicos porque el aspecto que ofrece Woodstock 94 es caótico. La lluvia ha trabajado a conciencia y el suelo se ha convertido en barro. Los carritos de golf con los que se trasladan los miembros de la organización avanzan con dificultad. Las sillas de ruedas de los cientos de paralíticos que han venido hasta aquí desoyendo los consejos del grupo ecologista Rainbow Family se quedan clavadas en el barro. Algunos tipos a los que les ha sentado mal el último ácido bailan medio desnudos sin que nadie les preste mucha atención. En el escenario principal actúa el grupo Arrested Development, ¿pero a quién le importa?

La lluvia parece haber agotado la paciencia de muchos. El recinto empieza a vaciarse y ya no se producen los tapones humanos del sábado. Según Radio Woodstock, los seguidores de Metallica y Aerosmith, bandas que clausuraron la segunda jornada del festival, ya han visto lo que tenían que ver y se han largado. Por supuesto, no se les ocurre apuntar la lluvia y el cansancio como motivos creíbles de fuga. Ellos siguen a lo suyo: aquí todo el mundo se lo pasa divinamente, todos dan pan al que no tiene y comparten paz, amor y barro. Mucho barro.

El cansancio no sólo ha afectado a los asistentes al festival. La policía ha perdido su habitual vehemencia y se conforma con controlar el tráfico de manera cansina mientras un helicóptero del cuerpo sobrevuela la zona (en este escenario apocalíptico no te extrañaría que empezaran a disparar desde la cabina mientras suena algún fragmento especialmente atronador de Richard Wagner). El personal de seguridad del festival empieza a pasar de todo, como si reconociera que ya no merece la pena seguir intentando poner orden. Los chicos de la peace police, que se las han tenido que ver con algunos consumidores de LSD especialmente violentos, bostezan aparatosamente y tratan de pasar desapercibidos. El cuerpo de limpieza se mantiene a una distancia respetable de esos retretes portátiles que apestan a 10 metros... Detalles consoladores todos estos: ¡no eres el único que está hasta las narices de tanta paz, tanto amor, tanto barro y tanta mugre!

De todos modos, puede que estés en minoría y que a fin de cuentas tengan razón los intoxicadores de Radio Woodstock. Todavía se montan unas colas monumentales de gente que intenta acceder al recinto. Algo hay que hacer para divertirse en este desapacible domingo de agosto y además, detalle importante, ya no se paga. Quienes quieran saltarse la cola, pueden buscar un agujero de los muchos que se han practicado en la valla que cerca el lugar. O pasar por encima de los trozos de vallas que han sido echados al suelo. Todavía llegarán a tiempo de ver a Bob Dylan, cuya canción A hard rain's a gonnafall resultará más adecuada que nunca.

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