Entrevista:

"No estoy seguro de conseguir morir dignamente

El actor, director, escritor y opinador de tertulias Adolfo Marsillach, en realidad es abogado y vive con la pasión frustrada de no haber sido bombero. Madrugador, seductor vocacional, trabajador infatigable, de lengua irónica, pensamiento entre socarrón y excéptico y hombre de éxito en la cartelera madrileña con su montaje de Don Gil de las calzas verdes, de Tirso de Molina, Marsillach atraviesa una época de balances profesionales y vitales. Sus cincuenta años de profesión, que celebrará en 1995, y su imagen recurrente de la muerte, le han llevado a una actitud de retirada en lo que él define...

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El actor, director, escritor y opinador de tertulias Adolfo Marsillach, en realidad es abogado y vive con la pasión frustrada de no haber sido bombero. Madrugador, seductor vocacional, trabajador infatigable, de lengua irónica, pensamiento entre socarrón y excéptico y hombre de éxito en la cartelera madrileña con su montaje de Don Gil de las calzas verdes, de Tirso de Molina, Marsillach atraviesa una época de balances profesionales y vitales. Sus cincuenta años de profesión, que celebrará en 1995, y su imagen recurrente de la muerte, le han llevado a una actitud de retirada en lo que él define como el último tramo, de su existencia.

Pregunta. ¿Pertenece a algún partido, asociación, lobby, secta o grupo organizado?Respuesta. No, en mí hay un cierto punto ácrata y llevo mal estar sujeto a reglas. Sólo he pertenecido a varias asociaciones profesionales, pero hace unos días me he dado de baja de todas. Quiero recorrer el último tramo, de mi- vida como la había iniciado: solo.

P. También sale menos, no como antes.

R. Me estoy retirando de la vida pública. Es una manera de irme cortés y púdicamente. Quiero morirme intentando que lo sepa la menor gente posible.

P. ¿A qué tiene miedo?

R. Tengo miedo, y mucho, al trance de mi muerte. Es una imagen, que empieza a ser recurrente en mí... La muerte en sí me parece una, estupidez que no tengo más remedio que aceptar, pero me gustaría morir dignamente, y no estoy seguro de conseguirlo.

P. ¿Hace balances?

R. Sí. En 1995 cumplo mis bodas de oro con la profesión y es una cita meditable.

P. ¿Qué evolución ha tenido el papel del intelectual en las úl-, timas décadas?

R. Una de las primordiales obligaciones del intelectual es la de distanciarse de las cosas que suceden a su alrededor, mantener una mirada fría y crítica. El intelectual de izquierdas durante el franquismo estaba lleno de ánimo combativo, pero entendió, que al llegar la democracia ése era su medio natural y adoptó una actitud demasiado complaciente.

P. ¿Ese error le golpea especialmente en la cabeza?

R. En estos momentos en que el país está pasando por una situación sin duda grave, aunque no catastrófica, como algunos intereses quieren dibujar, es cuando me doy cuenta de que hemos estado parcos en nuestros comportamientos y en, nuestro obligatorio ejercicio crítico.

P. ¿Qué corrupciones ha cometido usted?

R. Hay películas y espectáculos que no debería haber hecho. Ocurrió hace tiempo.

P. ¿Tiene límites a la hora de acudir a ciertos programas llamados basura?

R. Siempre he tenido una regla que me, fue utilísima en el franquismo: lo importante es lo que yo haga y no con quién lo haga. Si me llaman de donde sea y puedo decir algo que pienso que hay que decir, iré.

P. ¿Cómo se siente cuando oye acusaciones de que los intelectuales se han vendido al poder?

R. Aún es más grosero y desagradable, además de estúpido, cuando se habla de pesebrismo. Nunca he sentido beneficiarme o utilizar el estar en un determinado pesebre. Siempre he sido un hombre de izquierdas, de ahí que haya aceptado situaciones profesionales públicas, como ser director general del INAEM o de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, porque me ha parecido que era mi obligación. Si hubiese continuado en la empresa privada hubiese ganado muchísimo más dinero. Aunque en algunos momentos de mi vida he coqueteado con los comunistas, siempre me han parecido excesivamente dogmáticos, mientras que con nuestros socialistas me identificaba más.

P. ¿Ahora también?

R. Nací con la dictadura de Primo de Rivera, vi la llegada de la República, viví toda la era del franquismo y de la democracia. Creo que ya sé diferenciar entre los pecados de los hombres y la limpieza de las ideas. He mantenido un apoyo alas ideas socialistas y lo seguiré haciendo. No me quiero unir a los que, gritando violentamente contra la corrupción, están contribuyendo a corromper el ambiente, sobre todo cuando muchos de los que ahora vociferan han estado ellos o sus familias sosteniendo un régimen político que en sí mismo era corrupto por definición.

P. ¿Cómo se siente con los últimos acontecimientos políticos que está viviendo España?

R. Muy mal. Casi no me atrevo a ir por la talle, a coger taxis. Como siempre he defendido públicamente a este Gobierno y ostento cargos públicos, me piden cuentas. Hasta tuve que huir el otro día de la peluquería porque el peluquero tuvo el tupé de decirme que esto del socialismo era igual que la dictadura. Lo paso muy mal porque, desde luego, no soy un malhechor y me siento atacado.

P. ¿Le propuso Felipe González ser ministro de Cultura, tal y como se rumoreó en las últimas elecciones generales?

R. No, en ningún momento.

P. ¿De haberse producido la propuesta hubiera aceptado?

R. Sí. Aun convencido. de que era un error, porque me marcaba de una manera decisiva, porque mi paso por el ministerio me mostró trabas administrativas, porque no iba a estar a gusto, no aguanto mucho tiempo sin crear en mi oficio. Pero difícilmente iba a resistir la seducción de González, y a mi debilidad, curiosa en un hombre escéptico como yo, de pensar que tenía la obligación de aceptar y no niego que la posibilidad de leer en los periódicos que yo era ministro de Cultura me divertía profundamente.

P. ¿Cómo alimenta más su ego, escribiendo, actuando, dirigiendo, opinando ... ? ,

R. Lo de hablar en público cada vez me produce más trauma, pero hay otro ego que ahora crece en mí (está bien que a mi edad aún crezca algo en mí), que es escribir.

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