Crítica:CLÁSICA

El gran encuentro

El ciclo de las sinfonías de Bruckner que ha tenido el acierto de presentar la Fundación Caja de Madrid, quedaría justificado, de no haber otras razones, por los dos conciertos de Celibidache con la Filarmónica de Múnich. Llegó el maestro rumano, el grande y desentrañador gurú, y por decirlo frívolamente, "armó la tremolina" una vez más.Una audiencia desbordada, expectante, capaz de un silencio continuado y absorto, aplaudió después de la cuarta sinfonía durante más de 10 minutos, lo que para Madrid resulta medida excepcional. ¿Qué hizo Celibidache con la Sinfonía en mi bemol? Fu...

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El ciclo de las sinfonías de Bruckner que ha tenido el acierto de presentar la Fundación Caja de Madrid, quedaría justificado, de no haber otras razones, por los dos conciertos de Celibidache con la Filarmónica de Múnich. Llegó el maestro rumano, el grande y desentrañador gurú, y por decirlo frívolamente, "armó la tremolina" una vez más.Una audiencia desbordada, expectante, capaz de un silencio continuado y absorto, aplaudió después de la cuarta sinfonía durante más de 10 minutos, lo que para Madrid resulta medida excepcional. ¿Qué hizo Celibidache con la Sinfonía en mi bemol? Fundamentalmente dos cosas: servirla con inusitada profundidad y hacerla tocar con perfección sorprendente, casi agresiva. La existencia humana y profesional de Celibidache, la ética de su arte consiste en la persecución incesante de la verdad. Cada compositor grande posee la suya y es necesario no sólo respetarla exteriormente, sino desvelarla a través de una serie de procesos intramusicales que duran cuando se prolongue la vida de un maestro digno de tal nombre.

Ciclo Bruckner de la Fundación

Caja de Madrid.Filarmónica de Múnich. Director: S. Celibidache. Sinfonía número 4, de A. Bruckner. Auditorio Nacional. Madrid, 25 de abril.

Celibidache, desde los trémolos iniciales en pianísimo y sin énfasis, hasta los milagrosos acentos del movimiento final, nos llevó por las más secretas y últimas galerías anímicas y musicales de Antón Bruckner. La continuidad de las líneas y superficies sonoras, la ligazón natural entre un punto culminante y la entrada del siguiente hecho musical, tuvieron la grandeza de lo que no precisa de recursos porque simplemente es, existe nuevamente gracias a la función del intérprete. Esta es su responsabilidad y su gloria.

Conozco bien a Celibidache y puedo asegurar que es su más riguroso crítico. Cuando después de un concierto se siente, como anteanoche, feliz, sonriente y distendido, queda claro que aprueba su propio trabajo. De otra manera, ya pueden echarle ovaciones porque son inútiles. Celibidache sabe con exactitud matemática, fisica y metafísica lo que quiere y, por lo mismo, en qué medida lo consigue.

Esta vez, los niveles de perfección, autenticidad y belleza alcanzados parecen casi abusivos. ¿Quién pudo ni puede hacer más? Quizá el mismo Sergiu Celibidache con su orquesta muniquesa, esta misma noche al interpretar la Octava sinfonía en do menor, de Bruckner.

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