FERIA DE ABRIL

Una moruchada infame

¡Miura! ¡La legendaria ganadería, la divisa verde y grana, que viste luto en Madrid; la de la gloria y la tragedia ... ! En menuda corralada la han convertido. Seis torazos de peso disparatado soltó ayer en la Maestranza y los seis fueron seis moruchos infames, seis piezas de carne congelada.Si el toro fuera eso que Miura echó en la Maestranza, la fiesta ni existiría. Nunca los miuras tuvieron especial bravura, pero casta sí, y llenaban la lidia de emoción. El toro de Miura presentaba una lámina inconfuncible, desarrollaba un comportamiento característico; duro de pezuña, resultaba difícil de ...

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¡Miura! ¡La legendaria ganadería, la divisa verde y grana, que viste luto en Madrid; la de la gloria y la tragedia ... ! En menuda corralada la han convertido. Seis torazos de peso disparatado soltó ayer en la Maestranza y los seis fueron seis moruchos infames, seis piezas de carne congelada.Si el toro fuera eso que Miura echó en la Maestranza, la fiesta ni existiría. Nunca los miuras tuvieron especial bravura, pero casta sí, y llenaban la lidia de emoción. El toro de Miura presentaba una lámina inconfuncible, desarrollaba un comportamiento característico; duro de pezuña, resultaba difícil de torear, mas quien conocía la técnica del toreo y poseía valor suficiente para emplearla, acababa dominándolo.

Miura / Campuzano, Fundi,

ValderramaToros de Eduardo Miura, grandes -la mayoría rebasó los 600 kilos- varios sospechosos de pitones, inválidos, moruchos. José Antonio Campuzano: pinchazo, otro hondo tirando la muleta y tres descabellos (ovación y salida al tercio); estocada ladeada (ovación y salida al tercio). Fundi: pinchazo y estocada (ovación y salida al tercio); estocada trasera caída (oreja). Domingo Valderrama: estocada (oreja); cinco pinchazos -aviso con retraso-, pinchazo, otro hondo y descabello (gran ovación y salida al tercio). Plaza de la Maestranza, 24 de abril (tarde). l6a corrida de feria. Lleno

El toro de Miura que salió en esta feria, en cambio, no tenía pezuña dura ni nada que se le pareciera; derivaba trastabillante por el redondel y se acababa desplomando; su casta debía ser la de la vaca lechera; y ya podía pesar tanto cuanto rezaba la tablilla, que su estampa era similar a la de cualquiera de esos encastes malos que pululan por ahí.

Una moruchada intoreable. Y, sin embargo, los toreros estuvieron magníficos. Los tres pelearon valientes y esfórzados. Se arrimaron, se fajaron, midieron distancias mudaron terrenos, sacaron pases imposibles. José Antonio Campuzano, con una serenidad y un oficio que sólo pueden alcanzarse en la plenitud de la madurez torera; Fundi, arrojado y bullidor en todos los tercios, incluído el de banderillas, que resolvió con arte y entereza. Y Domingo Valderrama, ese torerito que apenas levanta tres cuartas del suelo, con la torería, el valor y la finura que definen a los grandes lidiadores.

Una oreja cortaron Fundi y Valderrama, y Campuzano también hizo méritos para ello; la única diferencia consistió en que su veteranía dejó frío al público. Con Fundi, por el contrario, se sintió generoso. En realidad no le regalaba nada Ponerse delante de aquella carne congelá, aguantar sus cabezazos, inventarse las embestidas y sacarlas pases, constituía una proeza; y como además Fundi se entregó en la estocada, ganó la oreja del quinto morucho a ley.

Lo de Domingo Valderrama correspondía a otro orden; lo de Domingo Valderrama entraba de lleno en los arcanos de la tauromaquia profunda. Al miuraza moruchón colorao surgido de los infiernos que apareció en tercer lugar, le dio lidia en regla, lo lanceó primorosamente a la verónica, y, ya en tiempo de muleta, lo saludó con un pase cambiado en el mismísimo centro del redondel. Redondos y naturales -¡los que se podía!- ligó después Valderrama, y finalmente se llevó al morucho colorao al tercio, ganándole terreno mediante un torerisimo engarce de ayudados. Allí lo cuadró. Y allí le metió un estoconazo por el hoyo de las agujas.

Una oreja ganó Domingo Valderrama, quizá la más merecida de la feria. Y estuvo a punto de cortar la del sexto, al que prologó la faena otra vez en la propia boca-riego, recibiendo al toro, que venía lanzado desde la barrera, ¡por naturales! Tomados los primeros pases, ese buey de cien carretas ya no quiso moverse, ni siquiera cuando el torerito chiquitín intentaba matarlo. Hubo un aviso, y antes de que sonara el segundo, acertó con el descabello. Respiramos entonces todos (el morucho, no; que le vayan dando) y el público, puesto en pie, prorrumpió en una ovación impresionante. ¡Qué pedazo de torero acababa de descubrir la Maestranza!

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