Un toricidio

Maza / Cortés; Martín, Punta

Toros de Conde de la Maza, tres chicos y tres terciados, armados y astifinos, con casta, mayoría mansos correosos; nobles 3º y 6º, 4º, destrozado en varas, fue apuntillado acabar el primer tercio.



Manolo Cortés:
pinchazo, otro hondo caído, estocada y dos descabellos (silencio); 4º, fue apuntillado. Pepe Luis Martín: bajonazo (petición y dos vueltas); pinchazo y estocada contraria, ambos perdiendo la muleta (ovación y salida al tercio). Antonio Manuel Punta: pinchazo, otro hondo trasero caído y rueda de...

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Maza / Cortés; Martín, Punta

Toros de Conde de la Maza, tres chicos y tres terciados, armados y astifinos, con casta, mayoría mansos correosos; nobles 3º y 6º, 4º, destrozado en varas, fue apuntillado acabar el primer tercio.

Manolo Cortés: pinchazo, otro hondo caído, estocada y dos descabellos (silencio); 4º, fue apuntillado. Pepe Luis Martín: bajonazo (petición y dos vueltas); pinchazo y estocada contraria, ambos perdiendo la muleta (ovación y salida al tercio). Antonio Manuel Punta: pinchazo, otro hondo trasero caído y rueda de peones (silencio); dos pinchazos y se tumba el toro (silencio). Terminada la lidia del 5º, se cortó la coleta el banderillero Pepín López en presencia de todas las cuadrillas.

Plaza de la Maestranza, 11 de abril. Tercera corrida de feria. Tres cuartos de entrada.

El individuo del castoreño de verde y oro vestido, cogió al cuarto torillo guapo tal que así, le metió varazos por los solomillos y lo pasaportó a los infiernos. Consumado el toricidio, el torillo guapo quedó para el arrastre, se quería morir, y como los humanos aún no han sido capaces de entender el idioma vacuno (llámanlo mugío), lo decía por señas. De manera que se tumbaba y ponía carita de resignación, queriendo indicar: ahí me las den todas. Se las dieron. La segunda vez que se tumbó, fue Lebrija, que es un as del cachete, le pegó el cachetazo, y el torillo guapo estiró la pata.

Alguien tendrá que acabar de una vez con esta dictadura del castoreño; con la tiranía de esos individuos sin torería alguna ni sentido común tampoco, que se encaraman en un percherón acorazado, acorralan al toro contra las tablas, y en cuanto lo tienen a su alcance sin posibilidad de escapatoria, le zumban la pandereta desde lo alto de la inexpugnable fortaleza, hasta dejarlo hecho hamburguesa y lamentando haber nacido.

Los carniceros montados de esta tarde ferial y de todas las tardes en cualquier parte han convertido su tropelía en hábito, y como además hay por ahí un papelote con ínfulas de reglamento que tiene convertida lidia en una zarzuela, nadie se atreve a llamarles la atención. Y, sin embargo, es preciso tomar medidas urgentes. No dice uno que haya de ser la cárcel, pues eso debe quedar para delitos de mayor cuantía y propósitos torticeros (por ejemplo, llevarse al hombro la caja fuerte de los organismos de la Administración), pero un arrestro domiciliario no estaría mal en determinados casos.

El público dejaba correr a la chita callando estos toricidios en grado de tentativa quizá porque prefería mantener su fidelidad a los famosos silencios de la Maestranza. Claro que esos silencios son relativos pues menudo escándalo le armó al presidente cuando se negó a conceder la oreja a Pepe Luis Martín. La plaza parecía entonces Pamplona. Martín había toreado muy bien al segundo toro -nada fácil, por cierto, por la complicación que se derivaba de su casta- y en algunos pasajes con arte excelso además.

El toreo rondeño puro de parar, templar y manda; la cargazón de la suerte desde la más pura ortodoxia; la valentía y el dominio para traerse al toro toreado desde delante y embarcarlo templando los naturales o los redondos, cimentaron una de esas faenas que paladean los buenos aficionados. Luego pegó un bajonazo, el público lo aclamó puesto en pie. Aquella famosa estocada de Rafael Ortega matando al pablorromero por el hoyo de las agujas en la suerte de recibir, no causó tanta sensación. Hubo petición de oreja mayoritaria, que desatendió el presidente en contra de lo que estipula el reglamento-papelote. Ahora bien, la tauromaquia, y el arte -que están por encima de cualquier norma- jamás aceptarían sin bochorno y crujir de dientes que se premiaran con orejas los bajonazos. O sea, siete y media.

El público quiso compensar Pepe Luis Martín en el otro oro mas no pudo ser. En la coda hubo mucha voluntariedad frustrada. Manolo Cortés abrevió al manso correoso que mató; Punta muleteó desanjelado e inconexo a los nobles ejemplares de su lote. Quedaba el que dio sensación de ser el mejor toro de la corrida: el quinto, un ensabanao botinero de preciosa estampa. Resultó, no obstante, que escarmentado todo el mundo del toricidio recién perpetrado, el público protestaba los puyazos, el toro se quedó sin picar y pasó violentísimo a la muleta. Martín lo toreó mucho y decidido con la izquierda, aunque no pudo templarle los pases. Es lo que ocurre con estos lidiadores modernos, sin medida y sin tino: que se dejan los toros crudos o van y les cavan la tumba.

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