Tribuna:

Ministras sumadas

(Nota previa: este artículo es políticamente muy incorrecto). A la hora de contratar a un nuevo profesor, no era raro hace unos años oír el siguiente comentario en boca de los miembros de un departamento de las universidades norteamericanas: "Vamos a inclinarnos por Devereaux, es negro, y nos faltan negros". O bien: "Nos faltan judíos, y la señora Ruttenmeyer creo que tiene un abuelo hebreo". O bien: "No estaría mal un toque hispano: elijamos a Menéndez aunque no se lo merezca". Supongo que lo mismo sucedía en las demás esferas: cargos de la Administración, plazas en los hospitales, empleos en...

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(Nota previa: este artículo es políticamente muy incorrecto). A la hora de contratar a un nuevo profesor, no era raro hace unos años oír el siguiente comentario en boca de los miembros de un departamento de las universidades norteamericanas: "Vamos a inclinarnos por Devereaux, es negro, y nos faltan negros". O bien: "Nos faltan judíos, y la señora Ruttenmeyer creo que tiene un abuelo hebreo". O bien: "No estaría mal un toque hispano: elijamos a Menéndez aunque no se lo merezca". Supongo que lo mismo sucedía en las demás esferas: cargos de la Administración, plazas en los hospitales, empleos en las empresas. Sin duda, el origen de este racismo supuestamente favorecedor y sin duda paternalista fue luchar contra un racismo desfavorable, posibilitar que los miembros de las comunidades más tradicionalmente perjudicadas y marginadas dejaran de estarlo. Pero lo cierto es que hace 10 años ya no se trataba de eso, sino de algo más maquinal y cínico: evitar acusaciones y quedar como es debido; y a esos individuos negros, judíos o hispanos se los contrataba en muchos casos en tanto que meros certificados, de buena salud, de buena conducta, de limpieza de ideas, de respetabilidad, en suma. De todo ello había habido ya un precedente, no exactamente racista: "Nos faltan mujeres", había sido la preocupación y carencia previa.En Europa, como de costumbre, vamos con un poco de retraso, también en las sandeces y las ruindades: hace unos días, 21 ministras de 17 países exigieron que las mujeres ocupen el 50% de todos. los parlamentos, y por tanto de todas las listas electorales. No sólo se quedaron muy satisfechas con su matemático razonamiento, sino que además debieron de pensar que prestaban un gran servicio a su género, del que ellas eran la avanzadilla en la noble lucha contra el sexismo, esa fea palabra inglesa que ya nos ha penetrado. Desde el punto de vista de las mujeres, pedir el 50% de nada me parece de lo más mezquino, ya que imposibilita que dispongan del 60, el 80 o el 90% si eso resultara un día lo conveniente. Pero no debe olvidarse que el razonamiento, además de chapucera y ramplonamente porcentual, es precisamente sexista: ya no se trata de ver quién vale o está preparado para tal función entre todos los humanos considerados en igualdad de condiciones, sino de quien lo está dentro de un sexo que, dicho sea de paso, constituye más bien el 52% de toda la población mundial. Ahora bien, no veo por qué habrían de quedar ahí las cosas, según el sistema proporcional que desearía aplicarse, dado que el sexo no es lo único que configura a los individuos. En Estados Unidos, como he dicho, ya dieron los consecuentes pasos. En España tenemos muy pocos negros, muy pocos judíos notorios y todos somos hispanos; pero tenemos levantinos y andaluces y asturianos; y aún es más, tenemos castellonenses y jiennenses y también gijoneses, por citar a unos pocos, que deberían tener su cupo proporcional en todo lo público por el mero hecho de serlo. También tenemos gente en los pueblos, qué me dicen de ella; tenemos sujetos altos y bajos, morenos y rubios, flemáticos y sanguíneos, católicos y musulmanes y ateos, y de algunas sectas; tenemos viejos y maduros y jovenes, tenemos niños; tenemos gente con perro y gente sin perro, con coche y sin coche, tenemos ciegos y tullidos, bebedores y abstemios, gordos y flacos. Tenemos zurdos (y aquí hablo interesadamente ya que yo soy muy zurdo). Lo grave del asunto es que este tipo de argumentaciones se dan cada vez más por buenas, nadie las pone en tela de juicio, o todos temen las acusaciones correspondientes, no estar en posesión de los infinitos certificados que se van haciendo necesarios para andar por nuestro mundo (cada vez más policial). Llegará de este modo un día en que los experimentos genéticos que tanto avanzan tendrán como misión principal crear individuos que sean a la vez mujer, negra, judía, hispana, gorda, musulmana, joven, melancólica, castellonense, tullida y zurda, para cumplir con las reglas todas en una sola persona y que no resulte tan costoso tranquilizar las conciencias cínicas que en realidad nunca están intranquilizadas.

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