Sombras con la persiana medio bajada

Planta séptima. La persiana, bajada; y dentro, dos yonquis acorralados y con el mono desbocado. Por las rejillas se filtra la luz de una habitación. Su interrupción muestra a quien lo ve, desde la planta quinta, un paseo por el horror. Y la sombra puede pertenecer a un secuestrador o a un secuestrado. Los únicos testigos más cercanos aún son los geranios.Debajo, en la calle, la policía custodia sin remilgos el portal. La finca dispone de dos garajes. El más alejado, un pozo sombrío, nadie lo vigila. Algunos vecinos entran y salen. Uno saca a pasear a su perro Samba.

El asc...

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Planta séptima. La persiana, bajada; y dentro, dos yonquis acorralados y con el mono desbocado. Por las rejillas se filtra la luz de una habitación. Su interrupción muestra a quien lo ve, desde la planta quinta, un paseo por el horror. Y la sombra puede pertenecer a un secuestrador o a un secuestrado. Los únicos testigos más cercanos aún son los geranios.Debajo, en la calle, la policía custodia sin remilgos el portal. La finca dispone de dos garajes. El más alejado, un pozo sombrío, nadie lo vigila. Algunos vecinos entran y salen. Uno saca a pasear a su perro Samba.

El ascensor, a chirridos, sube desde el garaje. En la quinta planta, da paso a un pasillo largo y profundo. Cada extremo acaba en una escalera de incendios, que, a su vez, conducen al vigilado portal. Una ratonera para los secuestradores. Los vecinos parecen saberlo. En el quinto piso, los vecinos fuman pitillos. "Joder, cuánto dura esto", dice uno con la cara gastada y las manos calludas. Por las escaleras -siete peldaños, rellano, y otros ocho peldaños- trepa un rumor metálico. Son policías. Los vecinos apuran el cigarrillo. Vuelven a su casa. Se pueden contar 10 puertas por planta. En una de ellas sufren los secuestrados.

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En otra vive la familia Pacheco. A Faustino, fontanero de 42 años y padre de tres criaturas, le puede el sueño. A Carmen, su ,mujer, de 36, los nervios. La vivienda es amplia y confortable. No como la de los secuestrados: dos habitaciones y un comedor para cuatro personas y dos yonquis. De un piso a otro apenas distan seis metros las ventanas. Casi se puede tocar la del 7º J. Nada para una recortada.

Israel, el mayor de los hijos de Faustino, ve la luz de las rendijas y se acuerda de la niña bajita y regordeta con la que suele jugar en la calle. Esa cría vive ahora un juego mucho más peligros. Israel algo intuye. Ha oído tiros y ha visto sangre en el portal antes de encerrarse en casa y sentir pasar las horas junto a la tele. A la una, el sueño le puede. Enfrente, en esa otra ventana a alguien le gustaría levantar la persiana.

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