Las llamas arrojan al frío a 40 chabolistas de Peña Grande

A sus nueve años, Fátima sabe que el fuego no sólo da calor en el poblado de Peña Grande (Fuencarral). A las 4.30 horas de ayer sus ojos somnolientos vieron como las llamas devastaban 10 chabolas, entre ellas la suya, en la que dormía acurrucada sobre un colchón con sus padres y sus tres hermanos. El incendio, el cuarto que azota el asentamiento desde agosto de 1992, se desató por accidente en la infravivienda de Mustafá Gomri, un marroquí que de madrugada vende pinchos y cervezas. El fuego dañó a seis personas -ninguna grave- y calcinó el trabajo de años de sinsabores clandestin...

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A sus nueve años, Fátima sabe que el fuego no sólo da calor en el poblado de Peña Grande (Fuencarral). A las 4.30 horas de ayer sus ojos somnolientos vieron como las llamas devastaban 10 chabolas, entre ellas la suya, en la que dormía acurrucada sobre un colchón con sus padres y sus tres hermanos. El incendio, el cuarto que azota el asentamiento desde agosto de 1992, se desató por accidente en la infravivienda de Mustafá Gomri, un marroquí que de madrugada vende pinchos y cervezas. El fuego dañó a seis personas -ninguna grave- y calcinó el trabajo de años de sinsabores clandestinos. Los 40 afectados contemplaban en la helada mañana las cenizas de sus hogares. PASA A LA PÁGINA 3

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Algo más contaba Hamed, de 22 años. Dormía junto a Mohamed y Omkeltoum, cuando los policías les despertaron. El, fuego le quemó una pantorrilla. Ahora, una barra de metal le sirve de bastón. Le gustan las cámaras. Por algo el incendio le quitó muchas cosas, pero no la televisión. Con ella huyó y con ella pasará las próximas noches. ¿Y el dinero? Hamed sonríe: "Aquí hay mil ojos; yo, el dinero lo guardo en un piso amigo".Sara, de 49 años, salvó una bolsa de plástico de El Corte Inglés en la que metió los documentos. Lo demás, la lavadora, la nevera, las fotos de la familia de Tánger y el calor de uña chabola se lo llevó el fuego. A cambio, recibió un montón de ceniza negra y húmeda. Junto a ella correteaban ayer los chiquillos.

Hacían rodar una bombona, arrastraban un hierro retorcido acercaban sus pequeñas manos los rescoldos. Nisan, de 14 años, saltaba de una ruina a otra. "La policía siempre mira por ahí", señalaba un cerro que se yergue encima del poblado, marcando su fin. Otro niño, con un perro pastor, se asomaba por el cerro y miraba hacia abajo, hacia las basuras, las ruinas y el poblado. "¿Dónde pasarás la noche?". De Nisan le separaban unos 100 metros. "Haremos un apaño y dormiremos en casa", respondió Nisan.

Su infravivienda quedó parcialmente quemada. El chaval, un salto aquí otro allá, la enseñaba. En la oscuridad se advierte que el suelo está encharcado. Las paredes -mosaico de papeles, chapas y maderas- apenas aguantarían un empujón. En la mesa, sobre un hule, hay varios vasos vacíos. El lugar carece de instalación sanitaria. "Cuando llegó el fuego, nos refugiamos en los árboles", indicaba con aires de aventura el chiquillo.

Él y sus compañeros siguen jugando entre los escombros. Entre los adultos, la resignación dibuja el gesto más común. Las promesas de solución les hacen poca mella. "El poblado no refleja la vida del marroquí y forman un gueto", afirmó un portavoz de la Embajada de Marruecos. Más dura fue Izquierda Unida, que acusó al Ayuntamiento de Madrid y al Gobierno regional de Incumplir los acuerdos de realojamiento. La diputada Susana López exigió una entrevista con el delegado del Gobierno, quien recientemente puso en duda la utilidad del Consorcio de Realojamiento.

De lo poco que se ha resuelto, sabe algo Nadia Hald, de 30 años y madre de cuatro niños. En el incendio del pasado 15 de noviembre perdió su chamizo. Al día siguiente, presa de los dolores del parto, se arrastró durante más de una hora por las calles de Madrid para dar a luz en un sitio "limpio". Finalmente lo hizo en una ambulancia: por vez primera no paría en solitario. Ayer volvió a perder su chabola. Su hija, Fátima, con pantuflas y pijama, demostraba al tiritar que en Madrid hace más frío que en Casablanca.

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