Los veteranos del rock ganan la batalla

Unas 30.000 personas asistieron cada día en La Coruña al 'Concierto de los mil años'

El Concierto de los mil años concluyó anoche en el estadio de Riazor, de La Coruña, con un público agotado y ebrio de sonido. Fueron tres días con largas jornadas musicales de casi siete horas cada una, en las que se sucedieron las actuaciones de una docena de figuras emblemáticas del rock mundial. El ambiente alrededor del festival se extendía a toda la ciudad. Pero lo principal era la música, y cada día se dieron cita en el mismo recinto cerca de 20.000 o 30.000 personas (le varias generaciones en una perfecta armonía de gustos.

El rock nació como una música juvenil, pero tras cuatro ...

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El Concierto de los mil años concluyó anoche en el estadio de Riazor, de La Coruña, con un público agotado y ebrio de sonido. Fueron tres días con largas jornadas musicales de casi siete horas cada una, en las que se sucedieron las actuaciones de una docena de figuras emblemáticas del rock mundial. El ambiente alrededor del festival se extendía a toda la ciudad. Pero lo principal era la música, y cada día se dieron cita en el mismo recinto cerca de 20.000 o 30.000 personas (le varias generaciones en una perfecta armonía de gustos.

El rock nació como una música juvenil, pero tras cuatro décadas se ha podido comprobar que sus efectos se dejan sentir aunque ya se peinen blancas cabelleras. El público del Concierto de los mil años tenía en su mayoría alrededor de 20 años, pero no eran escasos los grupos de treintafieros y nostálgicos cuarentones. En general, se respiraba un aire de los años setenta porque, principalmente entre los más jóvenes, predominaba una vestimenta neohippy. Mucho vestido indio, camisetas teñidas de fuertes colores, collares, pelos largos y camisetas de algunos de los músicos de aquella época dorada del rock. Muchos de los que llevaban camisetas de Bob Dylan no habían nacido cuando el cantante y poeta ya cantaba The times they are a changin'.

Los tiempos han cambiado tanto y tan rápidamente que ahora parece que convivieran tres décadas a la vez. Vuelven las viejas figuras y se abren camino entre los éxitos musicales de los grupos más recientes. Ganan adeptos que después se dedican a rastrear sus nutridas discograflias con la voracidad de los coleccionístas. Lo nuevo no es, por nuevo, mejor.

Aunque parezca paradójico, el público, a pesar de su cantidad y diversidad, tenía mucho mayor sentido de la camaradería que varios de: los músicos invitados. Hubo algunos encuentros agradables entre ellos, como el de Ray Davies y John Mayall, pero casi todos los demás iban como encapsulados en sus propias historias.

Sting se movió por la ciudad rodeado siempre de sus guardaespaldas. Se dice que cobró el caché más alto, pero su actuación fue algo fría, pese a las expectativas que había despertado a un público que lo esperó impaciente hasta su salida al escenario, después de la una de la madrugada del jueves. Intentó en los últimos momentos cambiar la hora de su presentación para regresar a Londres esa misma noche, pero había compromisos anteriores como el de Neil Young, que tenía previsto volar a Dublín después de su concierto. Neil Young fue una de las grandes Figuras del festival, y la imagen (le sus manos sudorosas sobre el Ipiano mientras interpretaba un conmovedor Helpless (Indefenso) fue uno de los momentos inolvidables de estos días. Bolb Dylan llegó por tierra el viernes desde Gijón directamente al estadio Riazor para probar el sonido. Su proverbial mal hurrior y reticencia a actuar más allá de lo pactado por contrato, se vieron desmentidos cuando prolongó su actuación cerca de media hora más de lo previsto. Pero es que estaba relajado y todavía era temprano.John Mayall tuvo también un largo viaje desde Los Angeles, cerca de 23 horas hasta La Coruña, donde llegó cargando él mismo sus maletas. Fue también este hombre de 50 años, pero de un aspecto entre venerable y aterrador, quien hizo en el escenario sus propias pruebas de sonido. Puso fin a la segunda jornada alrededor de las tres de la madrugada, con una buena parte del público que llegó a resistir bajo la lluvia para escucharle.

El último concierto era el de los chicos malos del rock. Las oscuras leyendas de Jerry Lee Lewis, The killer, y Chuck Berry, o el bluesman Wilson Pickett, además de Eric Burdon, coincidieron en la última jornada jacobea para demostrar con su actitud entre la desgana y la rabia, que su leyenda sigue viva.

El alcohol fue también uno de los grandes espíritus presentes en el Concierto de los mil años. El público no cesaba de animarse en la espera y durante las actuaciones de sus músicos preferidos había una contínua masa en desplazamiento desde las barras del bar al centro del campo. No hubo incidentes, pero decenas de asistentes caían a lo largo de la noche por rincones o por los suelos como quien se entrega a un sueño largamente buscado.

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