LAS VENTAS

El toro de su vida

Sin encomendarse a Dios ni al diablo; sin doblada, tanteo ni probatura alguna: avanzó óscar Higares a los medios, presentó adelante la muleta, aguantó la arrancada del victorino que acudía con encastada fijeza, lo embarcó en el derechazo, y allí mismo ya se había hecho con el toro y con el triunfo. A la segunda tanda de redondos ya tenía al público en pie. A la tercera, la faena se desarrollaba bajo un alboroto de aclamaciones, que ya no cesarían hasta la salida del torero a hombros por la puerta grande.El toro de su vida le salió a óscar Higares y lo toreó sin ninguna vacilación. Las t...

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Sin encomendarse a Dios ni al diablo; sin doblada, tanteo ni probatura alguna: avanzó óscar Higares a los medios, presentó adelante la muleta, aguantó la arrancada del victorino que acudía con encastada fijeza, lo embarcó en el derechazo, y allí mismo ya se había hecho con el toro y con el triunfo. A la segunda tanda de redondos ya tenía al público en pie. A la tercera, la faena se desarrollaba bajo un alboroto de aclamaciones, que ya no cesarían hasta la salida del torero a hombros por la puerta grande.El toro de su vida le salió a óscar Higares y lo toreó sin ninguna vacilación. Las tres tandas como tres soles que le dio de redondos ceñidos, largos y ligados, rematadas con pases de pecho soberanos, fueron una explosión de torería. También ensayó el natura Higares -menos y no tan hondo- y luego se emborrachó de toreo hasta perder el sentido de la realidad; con grave riesgo, pues ese sentido no lo había perdido el toro y en un descuido temerario entrampilló al encorajinado torero por el fondillo, y de poco se lo desbarata.

Martín / Esplá, Jiménez, Higares

Cuatro toros de Victorino Martín (uno rechazado en reconocimiento; otro, anovillado, devuelto por inválido), justos de presencia, flojos, mansos; lo y 6º (con trapío), encastados. 4º de Román Sorando, con cuajo, poderoso y bravo. 3º sobrero de Cernuño, escurrido, cornalón, de media casta. Luis Francisco Esplá: pinchazo, otro hondo perdiendo la muleta y descabello (silencio); estocada corta atravesada y dos descabellos (algunos pitos). Pepín Jiménez: pinchazo y bajonazo (silencio); pinchazo hondo tendido, rueda de peones, estocada ladeada -aviso- y dos descabellos (pitos). Oscar Higares: media trasera, descabello -aviso con retraso- y se tumba el toro (silencio); estocada trasera y rueda de peones (dos orejas); salió a hombros por la puerta grande. Plaza de Las Ventas, 20 de junio. Tres cuartos de entrada.

El público ya no podía con tantas emociones y alguno se iba a privar de un momento a otro. En el último toro había ocurrido de todo. Nada más recibirlo con el capote, óscar Higares sufrió un volteretón del que salió con desperfectos en la taleguilla y cojeando. La gente padecía por el diestro maltrecho, que se negaba a ir a la enfermería. Los victorinos no daba gusto verlos, y ese sexto ofrecía una completa exhibición de mansedumbre en la pelea con el caballo. Llegó la noticia de que el Barca era campeón. La cerveza se había recalentado... La afición está acostumbrada a sufrir, es cierto, ¡pero no tanto! Y ya pensaban unos cuantos en el Viaducto, cuando milagrosamente restablecidos óscar Higares de la cojera y el toro de su mansedumbre, se encontraron en los medios, midieron sus respectivas castas, y resultó del encuentro una síntesis emotiva y jubilosa del arte de torear.

Todo lo importante de la vida que podía ocurrir, se produjo al final, en apenas 20 minutos de una abrumadora intensidad. El resto, en cambio, apenas fue filfa. Dos horas de aburrimiento, con unos victorinos decepcionantes: trapío escaso, astas sospechosas, invalidez, mansedumbre. "¡Victorino, vete a Francia!", gritó un aficionado del tendido siete, y el toro se volvió a mirarlo, apoyando la moción.

El hierro famoso, paradigma del trapío, de la fortaleza y de la casta brava, conoció el oprobio de que le rechazaran un toro en el reconocimiento y le devolvieran otro al corral. Al sobrero, rebrincado y calamocheante, le aguantó Higares las intemperancias en una faena voluntariosa. El cuarto, de Román Sorando, resultó ser el más serio, poderoso y bravo de la corrida, para bochorno de la ganadería titular. Esplá lo lidió con maestría e hizo en banderillas un alarde de facultades y dominio de la suerte, que alborotó el cotarro. En el siguiente tercio, sin embargo, ahogó la embestida. Esplá no les concedió ninguna ventaja ni a ese toro bravo ni al encastado victorino que abrió plaza, y entre torearlos dejándose ver o taparse, optó por lo segundo.

La afición se estaba quedando mustia, con ese magnífico torero que sólo muestra su maestría cuando corre; con aquel Pepín Jiménez sigiloso e inhibido; con los decepcionantes victorinos. "Hay días que sería mejor no levantarse", comentaban algunos aficionados, "porque, encima, pierde el Real Madrid y la cerveza está caliente". Pero en esas llegó óscar Higares, citó a distancia, embistió boyante el victorino y las negras frustraciones se convirtieron en una luminaria esplendorosa. Qué cosas tiene la fiesta, ¿verdad?

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