Tribuna:

Los peores enemigos de la democracia

Las nuevas democracias de Europa del Este están en peligro. No parece que haya un verdadero sentido de la finalidad política ni un liderazgo coherente en ninguno de los antiguos países comunistas. La inestabilidad impregna la región.Por supuesto, sólo han pasado cuatro años desde que la pacífica y ordenada transición polaca hacia la democracia desencadenara la caída del comunismo en Europa del Este y en la antigua Unión Soviética. Éste podría ser un intervalo demasiado corto como para esperar un florecimiento completo de la democracia representativa después de muchas generaciones de asombrosas...

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Las nuevas democracias de Europa del Este están en peligro. No parece que haya un verdadero sentido de la finalidad política ni un liderazgo coherente en ninguno de los antiguos países comunistas. La inestabilidad impregna la región.Por supuesto, sólo han pasado cuatro años desde que la pacífica y ordenada transición polaca hacia la democracia desencadenara la caída del comunismo en Europa del Este y en la antigua Unión Soviética. Éste podría ser un intervalo demasiado corto como para esperar un florecimiento completo de la democracia representativa después de muchas generaciones de asombrosas prácticas dictatoriales y corrupción. Pero está bastante claro que las tendencias que se desarrollan en Europa del Este no son alentadoras.

La ironía y la paradoja surgen peligrosamente por todas partes. En Polonia, el antiguo Partido Comunista -ahora rebautizado con el elegante nombre de Partido Social Demócrata e incluido en la curiosamente denominada Alianza Democrática de Izquierdas- gana fuerza día a día. Con toda seguridad será una fuerza política fundamental en las elecciones generales convocadas para septiembre. El partido obtuvo el 12% de los votos en las elecciones parlamentarias de noviembre de 1991, y se prevé que captará más del 25% de los votos para el próximo Parlamento.

Organizaciones obreras comunistas reorganizadas ganaron las elecciones sindicales en Hungría el mes pasado, En la República Checa y en Eslovaquia, que obtuvo recientemente su soberanía, los comunistas siguen firmemente arraigados en la vida política nacional.

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La cuestión no es que el comunismo, como sistema o como tiranía, pueda volver a Europa del Este. Con la desaparición de la Unión Soviética, no es concebible que el comunismo reclame poder en la región, sencillamente porque no tendría base económica ni política. De hecho, ningún antiguo comunista que se precie desea un regreso del comunismo. Muchos de ellos se están haciendo enormemente ricos como empresarios libres, aprovechando al máximo sus antiguos contactos, e incluso los bienes del Estado.

En toda Europa del Este, el lento ritmo de la privatización permite a los jefes ex comunistas aferrarse a sus negocios y blanquearlos tan concienzuda mente que nadie podría jamás privarlos de su propiedad. El ex portavoz del Gobierno comunista polaco se ha convertido en multimillonario gracias a la publicación de una revista satírica que arremete semanalmente contra las jóvenes instituciones democráticas del país. última mente ha ampliado sus actividades al sector de hostelería.

Lo más triste de la era poscomunista en Europa del Este es que la democracia se ha convertido en un desbarajuste tal que la gente está desarrollando algo parecido a la nostalgia por los días en que los regímenes proporcionaban protección social vitalicia. En los viejos tiempos, la calidad de la asistencia era deplorable, y la escasez de bienes de consumo era algo habitual, pero no había desempleo -y nadie tenía que tomar decisiones por sí mismo-.

Esta situación refuerza inevitablemente el atractivo político de los antiguos comunistas, que ahora exigen piadosamente justicia social para paliar el sufrimiento de sus conciudadanos y se ríen cruelmente de los tropiezos de los líderes y políticos demócratas. El que no se haya puesto en marcha una descomunistización seria en la mayor parte de Europa del Este fortalece aún más a los antiguos comunistas. Irónicamente, son los principales beneficiarios de la considerable tolerancia de las sociedades postcomunistas. Los peores enemigos de la democracia son los demócratas. Los hechos sucedidos en Polonia, el país más moderno de Europa del Este, lo demuestran.

A finales del mes pasado, el Parlamento polaco derrocó al cuarto Gobierno en los cuatro años de historia democrática polaca de posguerra. Las razones parecían irrelevantes o absurdas. El Gabinete de la, por lo demás, respetada primera ministra Hanna Suchocka, que lleva menos de un año en el poder y ha tenido bastante éxito a la hora de llevar adelante difíciles reformas económicas estructurales, fue desbancado por dos votos de un total de 460, en una moción de censura presentada por miembros malhumorados de una diminuta facción disidente del movimiento Solidaridad.

Aparentemente, la cuestión era la reivindicación de un aumento salarial por parte de los sindicatos obreros. Suchocka desestimó la petición sobre la honesta y sensata base de que el país no podía permitírselo, a menos que estuviera dispuesto a provocar una nueva ola inflacionista. En los meses anteriores hubo huelgas generalizadas, pero no se produjo ninguna crisis política. Se esperaba que el Gobierno capearía la tormenta obrera, hasta que la moción de censura surgió de repente.

Sigue siendo un misterio por qué una mayoría parlamentaria votó contra el Gobierno de Suchocka. La mayoría de los analistas polacos cree que la ambición personal tuvo bastante que ver: muchos diputados esperan que el revés dará a los partidos de derechas una oportunidad de ganar poder en las elecciones de septiembre. Los antiguos comunistas también votaron contra el Gobierno. También suponen que las nuevas elecciones favorecerán su causa. El cinismo político ha arrasado la nación.

El Gabinete de Suchocka seguirá como Gobierno en funciones, desautorizado legalmente para tomar decisiones. Se teme que toda la política económica quede paralizada hasta entonces, con consecuencias impredecibles.

Incluso antes de que se expulsara al Gabinete, los sondeos de opinión de mayo indicaban que el número de polacos que consideraban "mala" la situación nacional alcanzaba ya el 53%, desde el 46% registrado en abril. Alrededor de un 42% se mostraba pesimista respecto al futuro.

A la democracia húngara no le va mucho mejor. El Foro Democrático, en el poder, sufrió una dolorosa división el mes pasado a raíz de las acusaciones, por parte de sus sectores de extrema derecha y nacionalistas, de que el Gabinete dirigido por el primer ministro, Jozsef Antall, ha traicionado a la nación al no conseguir obligar a Ucrania a renunciar a los territorios habitados por minorías húngaras. Mientras tanto, el crecimiento del paro facilita argumentos antigubernamentales a los extremistas de ambos bandos.

La polémica sobre las minorías húngaras que viven en Ucrania es una de las muchas tensiones nacionalistas en Europa del Este. Intencionadamente, los nacionalistas húngaros exigen además justicia para las minorías húngaras de Eslovaquia y de Rumania, y su nivel de irritación crece cada vez más.

La preocupación de Europa occidental y Estados Unidos por la antigua Yugoslavia ha tenido la desafortunada consecuencia de desplazar estos problemas a un segundo plano. Es posible que pronto lamentemos nuestra negligencia. Piensen que:

- En su disputa con Rusia, Ucrania ha propuesto a Polonia que Varsovia se incorpore a una zona de seguridad centroeuropea. Polonia, que vio esta idea como lo que es -una alianza contra los rusos-, la rechazó, pero los ucranios siguen intentando infligir lo que podría ser un daño mortal en este rincón de Europa.

- Tras separarse de los checos, Eslovaquia, el más pobre de los dos Estados que constituían la antigua Checoslovaquia, ha hecho públicos sus planes de bloquear el oleoducto que transporta petróleo desde la antigua Unión Soviética y Oriente Próximo a través de territorio eslovaco. Su objetivo es sacar provecho económico. Los checos están barajando la posibilidad de tomar represalias.

- Polonia está indignada con los lituanos por el tratamiento que éstos han propinado a la minoría polaca que vive en Lituania. Hay muchos más ejemplos de la fuerza y el atractivo cada vez mayores del nacionalismo en Europa del Este. Es una situación muy deprimente. Los europeos del Este, que observan las guerras yugoslavas, están preocupados e inquietos por lo que pueden hacer si la situación se vuelve intolerable.

Por tanto, no es sorprendente que el ministro de Asuntos Exteriores polaco, Krzysztof Skubiszewski, instara a un miembro de la Administración de Clinton que visitó el país recientemente a que convenza a la Casa Blanca de que las tropas estadounidenses no deben abandonar Europa por mucho, mucho tiempo. En la actual Europa del Este, en quien más se confía es en los estadounidenses, principalmente porque sus Fuerzas Armadas parecen la única fuente de estabilidad en el extraordinariamente inestable continente.

Copyright 1993, Tad Szulc. Distribuido por Los Angeles Times Syndicate.

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