Editorial:

Parón en Chipre

El pasado domingo, Glavocos Clerides, líder conservador greco-chipriota, fue elegido presidente de la República de Chipre; es decir, del sector griego de la isla (partida en dos entre griegos y turcos desde la invasión del Ejército turco en 1974). Clerides derrotaba así al presidente saliente, Guiorgos Vassiliou, candidato independiente apoyado por los comunistas. En la elección se dilucidaban dos cuestiones diferentes: por una parte, los temas de política interior, y por otra, la llamada cuestión nacional, el viejo tema de la reunificación del país.La derrota de Vassiliou es un voto de...

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El pasado domingo, Glavocos Clerides, líder conservador greco-chipriota, fue elegido presidente de la República de Chipre; es decir, del sector griego de la isla (partida en dos entre griegos y turcos desde la invasión del Ejército turco en 1974). Clerides derrotaba así al presidente saliente, Guiorgos Vassiliou, candidato independiente apoyado por los comunistas. En la elección se dilucidaban dos cuestiones diferentes: por una parte, los temas de política interior, y por otra, la llamada cuestión nacional, el viejo tema de la reunificación del país.La derrota de Vassiliou es un voto de castigo dado por una población que, aun cuando disfruta de una etapa de relativa bonanza económica, se ha sentido afectada por la reciente subida del coste de la vida y por lo que considera excesivo poder de los sindicatos que controla el partido comunista.

El verdadero problema y, por consiguiente, el peso del resultado electoral gira en tomo a la cuestión nacional y a cómo se negocia una reunificación que propicia la ONU y exige la CE para considerar la candidatura chipriota a la adhesión. Chipre se independizó del Reino Unido en 1960, tras una dura etapa de terrorismo estimulada desde Grecia a través de la Organización Nacional de Combatientes Chipriotas. En 1974, el régimen de los coroneles de Atenas no pudo resistir más la tentación de deglutir a Chipre con una operación militar que además estimulara los sentimientos patrióticos de la población y disimulara sus dificultades internas. Pero el consiguiente golpe de Estado contra el entonces presidente, Makarios, fue aprovechado por el líder de la comunidad turco-chipriota, Rauf Denktash, para pedir ayuda a Ankara. El Ejército turco invadió la isla y, el mismo día que caía el régimen de los coroneles, Chipre quedaba partido en dos mitades desiguales (70% griega y 30% turca).

Casi 20 años de incómoda convivencia, con cascos azules incluidos, no han ayudado a la resolución del problema. Desde 1985 existe un plan de la ONU para la unificación de Chipre en una federación bizonal con poderes compartidos entre las dos comunidades nacionales: el presidente sería un griego, y el vicepresidente, un turco; el Consejo de Ministros estaría integrado por siete griegos y tres turcos; la Cámara alta tendría una representación comunitaria por mitades, mientras que la baja estaría repartida en proporción de siete a tres. El plan podría ser viable si no fuera porque Denktash no se fía de aceptar una federación en la que los turcos se encuentren en minoría y prefiere una fórmula confederal. Tras un primer fracaso de las negociaciones, el Consejo de Seguridad, en su resolución 789, propuso a las partes la adopción de medidas de confianza; entre otras, la retirada de los 30.000 soldados turcos que se encuentran en la isla.

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En marzo debían celebrarse conversaciones entre Denktash y el nuevo presidente, Clerides, pero éste ha pedido su aplazamiento para poder discutir los puntos principales de la propuesta de la ONU con los miembros del Consejo de Seguridad. Quiere ganar tiempo. Lo malo es que, lejos de contribuir a la moderación, esta decisión no augura más que dilaciones.

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