El caso del secuestro en el paseo del Prado

La mujer tomó un taxi el jueves en una parada del norte de la ciudad. "Al Ministerio de Sanidad", dijo al conductor. Antes de arrancar, el taxista, un hombre de mediana edad, le pasó a su pasajera un periódico de Madrid con dos artículos señalados con bolígrafo: "Tome, señorita, léalo". La pasajera tomó el diario y lo hojeó, pero no se fijó mucho en las dos informaciones.Frente a la estatua de Neptuno, el hombre se volvió y dijo: "¿Qué le parece?". "No lo he leído", contestó ella. El taxista se lamentó ruidosamente de haber tenido que pagar a Hacienda tras una inspección y que a Aida Álvarez -...

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La mujer tomó un taxi el jueves en una parada del norte de la ciudad. "Al Ministerio de Sanidad", dijo al conductor. Antes de arrancar, el taxista, un hombre de mediana edad, le pasó a su pasajera un periódico de Madrid con dos artículos señalados con bolígrafo: "Tome, señorita, léalo". La pasajera tomó el diario y lo hojeó, pero no se fijó mucho en las dos informaciones.Frente a la estatua de Neptuno, el hombre se volvió y dijo: "¿Qué le parece?". "No lo he leído", contestó ella. El taxista se lamentó ruidosamente de haber tenido que pagar a Hacienda tras una inspección y que a Aida Álvarez -ex coordinadora de finanzas del PSOE, a la que se refería una de las columnas- le hubieran dado un crédito. La mujer, usuaria habitual del taxi, pensé que, además de aguantar a menudo los malos olores, los ruidos de las emisoras y los programas de radio que ella no elegía, esta vez le sermoneaban, pero no discutió. Al llegar pidió un recibo y le dijo al taxista que anotara el destino, el Ministerio de Sanidad. "No, yo le pongo el paseo del Prado". "Si pone eso a mí no me lo pagan y es un viaje de trabajo", contestó la usuaria, bastante harta y con mucha prisa.

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El taxista se empecinó. "Si no me rellena el vale así, no le pago", advirtió la clienta. "Pues le llevo a la comisaría", aseguró el conductor, arrancando. "Y yo le denuncio por secuestro", replicó ella.

En el carril bus del paseo del Prado, unos metros más allá, el taxista se bajó. Gritaba: "¡Avisen a un policía!". Incluso enarboló los guantes de su pasajera: "Si se va usted me quedo con esto". Por fin llegó un agente. "A mí nadie me obliga a leer nada y me tiene que hacer el recibo con el destino". "Hombre, hay libertad de expresión", dijo el policía. "Él puede leer lo que quiera, y yo también". El agente terció: "Hágale el recibo según las normas". Habían pasado 20 minutos.

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