Crítica:

Concierto iluminado

Cosme Churruca, Joaquín Risueño y Juan Carlos SavaterGalería Moriarty. Almirante, 5, lo derecha, Madrid. Del 20 de enero al 21 de febrero de 1993.

Pocas veces, casi me atrevería a decir que ninguna, una convocatoria colectiva hecha desde una galería de arte suele encerrar otra cosa que el rellenar un hueco de fin de temporada o cualquier otra forma de salir eventualmente del paso. Esto es tan descarnadamente así que aún no salgo de mi asombro al visitar la exposición que ha reunido a Cosme Churruca (San Sebastián, 1947), Juan Carlos Savater (San Sebastián, 1953) y Joaquín Risueño (Madri...

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Cosme Churruca, Joaquín Risueño y Juan Carlos SavaterGalería Moriarty. Almirante, 5, lo derecha, Madrid. Del 20 de enero al 21 de febrero de 1993.

Pocas veces, casi me atrevería a decir que ninguna, una convocatoria colectiva hecha desde una galería de arte suele encerrar otra cosa que el rellenar un hueco de fin de temporada o cualquier otra forma de salir eventualmente del paso. Esto es tan descarnadamente así que aún no salgo de mi asombro al visitar la exposición que ha reunido a Cosme Churruca (San Sebastián, 1947), Juan Carlos Savater (San Sebastián, 1953) y Joaquín Risueño (Madrid, 1957), pues no conciertan por casi ninguno de los elementos denotativamente ramplones que suelen manejarse para hilar estas historias.Es cierto que la firma Moriarty está legitimada para juntarlos en su local, ya que ha acreditado una fe antigua en la obra de los tres; también lo es, aunque eso sólo les sea dado saberlo a quienes conozcan la historia desde dentro, que hay amistad de por medio entre estos artistas; pero, en definitiva, lo que arma con más sentido la historia de esta convocatoria es la convergencia común de tres muy diferentes talantes y mundos en una misma pasión romántica por la intensidad, incluso hasta llegar a lo excéntrico.

Aunque apelar a la intensidad, y más en estos tiempos, parezca algo incómodamente vago y hasta indiscernible para la mayoría, no creo que nadie sensible pueda visitar esta exposición y no llegar a percibirlo, y eso que no hay propiamente elementos estilísticos, formales o icónicos que ayuden anecdóticamente a explicar este misterioso y profundo diálogo a tres.

En última instancia, puesto en el brete de explicar en qué consiste, por tanto, esa intensidad que enhebra la relación, respondería que se trata de una misma pasión luminosa, que en Churruca es luz tejida en la misma textura; en Savater, acre y sordo ahondamiento luminoso hasta fondear en las profundidades de lo simbólico, y, finalmente, en Risueño, descoyuntamiento luminosamente arrebolado de perspectivas cruzadas, que cortan el paisaje con haces perpendiculares de luz. Quienes así actúan están al límite y merecen adecuadamente el título de iluminados. No se les puede pedir más: portan su propia luz y puede muy bien resultar cegadora.

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