Tribuna:

Huida de Europa

A finales de 1983, si mal no recuerdo, comenzó a discutirse, en una casa de la sierra madrileña, el proyecto político que luego sería Izquierda Unida. Des de el principio, las dos opciones estaban ya perfiladas, aunque nadie descubriera aún sus cartas. Para unos, el proyecto político estaba al servicio de un PCE convaleciente aún de su autodestrucción; para otros, como Nicolás Sartorius, la opción comunista en sí misma carecía ya de sentido, y su único valor consistía en servir de plataforma para impulsar una nueva formación de izquierda. Es una tensión que habría de mantenerse, una vez consti...

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A finales de 1983, si mal no recuerdo, comenzó a discutirse, en una casa de la sierra madrileña, el proyecto político que luego sería Izquierda Unida. Des de el principio, las dos opciones estaban ya perfiladas, aunque nadie descubriera aún sus cartas. Para unos, el proyecto político estaba al servicio de un PCE convaleciente aún de su autodestrucción; para otros, como Nicolás Sartorius, la opción comunista en sí misma carecía ya de sentido, y su único valor consistía en servir de plataforma para impulsar una nueva formación de izquierda. Es una tensión que habría de mantenerse, una vez constituida IU, en 1986, incluso después de que la colocación al frente del PCE de un personaje atípico, de mentalidad integrista, desequilibrarse progresivamente la balanza hacia la primera opción. La debilidad del PCE no le ha impedido jugar con éxito las bazas con que siempre cuenta una organización cohesionada dentro de otra organización, como ocurriera antaño con la FAI dentro de la CNT. Tiene lugar así una deriva hacia la recuperación comunista en IU, de la que las posiciones ante Europa son un buen indicador: Anguita afirma en el Congreso que no cuenten con, IU para la Europa de Maastricht. Por su parte, el paciente eurodiputado y euro peísta Fernando Pérez Royo re nuncia a su escaño. Son signos de que tiene lugar una vuelta a los orígenes, cuando en los años cincuenta y sesenta los pecés occidentales se alineaban a fondo con la versión soviética del internacionalismo y contra "la Europa de los monopolios". La simple posibilidad de un Mercado Común exitoso rompía entonces los esquemas mentales de cualquier comunista. A partir de 1968 parecieron cambiar las cosas, abriéndose para los comunistas la posibilidad de reconocer a Europa. Los tres principales partidos occidentales, aun con sensibles diferencias, habían mostrado su disconformidad frente a la invasión de Checoslovaquia por el Pacto de Varsovia. La concepción brezneviana del internacionalismo, con la soberanía limitada bajo tutela soviética, resultaba inaceptable, y con ella, la pretensión de la URSS de ejercer un liderazgo sobre el campo socialista y los partidos comunistas. Desde distintos niveles, hombres como Manuel Azcárate en el PCE, Enrico Berlinguer en el PCI, Jean Ellenstein en el PCF, diseñaron una actitud crítica que llevaba al distanciamiento. Al propio tiempo surgía la conciencia de que esa "Europa de los monopolios" funcionaba, y que en ella mejoraba el nivel de vida de los trabajadores. Como consecuencia, la aceptación del marco de la CE, la independencia frente a la URSS, la profesión de fe democrática y el reconocimiento de la proximidad entre los tres partidos dieron vida al eurocomunismo, la última herejía de la corriente nacida de la Revolución de Octubre.No obstante, vista de cerca esta europeización, el panorama resulta menos claro. Con la brusquedad habitual en sus virajes, Carrillo, en el PCE, impuso la aceptación del Mercado Común a partir del VIII Congreso (1972), sin preocuparse en lo sucesivo demasiado por los roces que pudieran surgir con la mentalidad tradicional del partido. El propio Berlinguer, en La cuestión comunista (1975), afrontaba el tema europeo a partir de la imposibilidad de abandonar el Mercado Común, lo cual no denota ya gran entusiasmo, y desde el elogio al "inmenso alcance" de la existencia de una Europa socialista, comprometiéndose a luchar en la CE para reducir el poder de monopolios y multinacionales y construir Ia Europa de los trabajadores". De forma aún más acerada, en El desafío comunista (1975), Georges Marchais partía de esa perspectiva de la Europa de los trabajadores, integrando a los países socialistas, frente a la OTAN, y acentuando el peso del espacio nacional (por lo que pronto se opondrá, fraternalmente al ingreso de España en la CE). El PCF había atacado a De Gaulle por procapitalista, pero respaldó su pretensión de independencia frente a Estados Unidos y acabará definiendo un curioso nacionalismo comunista, eje del no a Maastricht. Con la excepción italiana la fragilidad del compromiso europeo de los pecés quedó de manifiesto en estos últimos 10 años. El repliegue hacia formas de actuación tradicionales, las derrotas en las urnas, la destrucción de la base obrera en el sector secundario y la pérdida de presencia en medios profesionales e intelectuales serán los factores que inciden en la vuelta a las posiciones del pasado, y con ello al nuevo rechazo de Europa, donde Anguita y Marchais reencuentran a Cunhal. Ciertamente, el desplome del socialismo real ponía las cosas difíciles en cuanto al referente internacionalista: la coartada entonces consiste en la declaración de un europeísmo utópico, del Atlántico a los Urales, frente al carácter supuestamente restrictivo y explotador de la Comunidad Europea. "Europa, sí; Maastricht, no", dirá el PCE. Las nuevas críticas reproducen el viejo esquema de fondo: es la Europa de las multinacionales, del capital financiero, contraria a los intereses de los trabajadores, perjudicial para los pequeños países. Con intensidades diversas, tanto Marchais, como sus refundadores, como Anguita, acuden significativamente al refugio nacional. El francés Fiterman evoca la perspectiva, de una Europa de las naciones, en términos propios del pensamiento romántico. Así, tiene lugar el traslado de la estrategia del rechazo a un plano que provoca más de una vez el encuentro con el populismo de derechas, en cuanto proyectos políticos que intentan capitalizar el malestar social y las desconfianzas consiguientes que suscita el proceso de unificación de la Comunidad Europea. Tal opción nada tiene, que ver con el papel transformador que por dos siglos ha querido desempeñar la izquierda, pero quizá pueda servir de último bastión para acoger a algún que otro partido comunista de Europa occidental, y no es casualidad que vayan borrándose las diferencias entre PCF, PCE y PCP. Precisamente, en una reciente reunión en Lisboa, el portavoz del PCE, veterano militante del leninismo, defendía la revitalización del internacionalismo comunista. En una sociedad sumida en la, confusión tras la crisis que cierra el año de las maravillas del Gobierno de González, y con Solchaga proclamando que "hemos realizado la revolución socialdemócrata", cabe explicarse un voto de protesta respaldado por la intransigencia y la reiteración de eslóganes de un Anguita liberado después de Maastricht de las ataduras europeas. Además, los electores no perciben al PCE, sino a Izquierda Unida. Servir, de poco servirá -frente al reformismo, como frente al maligtlo, non serviam!- Anguita dixit, pero por lo menos puede así prolongarse la vida de una especie política en vías de extinción.

Antonio Elorza es catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense de Madrid.

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