Una rareza muy normal

El trabajo del cabo José Aguado y de los guardias Alberto Guillén, Emilio Ruiz, Camilo Bodes y Ramón Castro, pertenecientes a la patrulla del suroeste del Servicio de Protección a la Naturaleza de la Guardia Civil (Seprona), no es rutinario. Los guardias verdes, unos 25 en Madrid, son vistos por el resto del cuerpo como una rareza, pero ellos se definen con características muy normales.El cabo Aguado ejerce de diplomático cuando tiene que apaciguar el ímpetu sancionador de sus hombres: "Si por ellos fuera, tendríamos que meter a todo el mundo en la cárcel, y tampoco es eso. A veces conv...

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El trabajo del cabo José Aguado y de los guardias Alberto Guillén, Emilio Ruiz, Camilo Bodes y Ramón Castro, pertenecientes a la patrulla del suroeste del Servicio de Protección a la Naturaleza de la Guardia Civil (Seprona), no es rutinario. Los guardias verdes, unos 25 en Madrid, son vistos por el resto del cuerpo como una rareza, pero ellos se definen con características muy normales.El cabo Aguado ejerce de diplomático cuando tiene que apaciguar el ímpetu sancionador de sus hombres: "Si por ellos fuera, tendríamos que meter a todo el mundo en la cárcel, y tampoco es eso. A veces conviene dejar pasar una cosa a cambio de asegurar que no va a volver a ocurrir. Esta no es sólo una tarea reprevisa. Es también preventiva".

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Aguado opta por no mojarse cuando se le interroga sobre el recelo hacia su misión: "Cada vez encontramos mayor colaboración". Uno de sus subordinados no se corta tanto: "Aquí hay mucho mamoneo", dice refiriéndose al poder de algunas influencias.

El poder de los grandes

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No lo quieren reconocer, pero parece evidente. Algunos guardias de la zona son apasionados cazadores furtivos. Los compromisos, la nobleza, la aristocracia y los invitados de la gran banca ejercitan su puntería en estos cotos sin excesivas contemplaciones con las normas o las vedas.

Aguado tiene 30 años (13 cuando murió Franco), es hijo de guardia civil, no para de fumar y defiende ideas comunes a las de un hombre de su tiempo. Guillén es madrileño, tiene 32 años, un cuerpo atlético y es hijo de militar. Los dos entraron a formar parte de los guardias verdes tras ser ya del cuerpo y superar la prueba más difícil: la habilidad con las motos. Su ascendencia les ha determinado, pero no les delata. Rompen con la imagen que transmitía este cuerpo y enlazan con otros fundamentos en auge: "No somos ecologistas, porque no nos vamos a encadenar protestando por una carretera, pero colaboramos con ellos cuando nos avisan de algún atentado contra el medio ambiente".

Es sábado y la patrulla se dirige en su Nisan con calefacción y aire acondicionado a cubrir una ronda. El recorrido comienza este día a las nueve de la mañana, pero podía haber sido a las seis o en plena noche, según el turno.

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