Los amigos de Luis Rosales leyeron su poesía en la cima de una montaña

Personalidades de la cultura asistieron ayer al entierro del poeta

Bajo un cielo totalmente despejado y un fondo de montañas y árboles verdes y amarillos, ayer fue enterrado, en el cementerio de la localidad madrileña de Cercedilla, el poeta más significativo de la generación del 36, el granadino Luis Rosales, que el sábado falleció, a los 82 años de edad, como consecuencia de un derrame cerebral. "Ha sido un día preparado para él", dijo María Fouce, viuda del escritor, haciendo referencia a la hermosa mañana otoñal que acompañó al entierro. Después, amigos y familiares rindieron al poeta un homenaje más hondo al descubrir una pequeña placa con un soneto clav...

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Bajo un cielo totalmente despejado y un fondo de montañas y árboles verdes y amarillos, ayer fue enterrado, en el cementerio de la localidad madrileña de Cercedilla, el poeta más significativo de la generación del 36, el granadino Luis Rosales, que el sábado falleció, a los 82 años de edad, como consecuencia de un derrame cerebral. "Ha sido un día preparado para él", dijo María Fouce, viuda del escritor, haciendo referencia a la hermosa mañana otoñal que acompañó al entierro. Después, amigos y familiares rindieron al poeta un homenaje más hondo al descubrir una pequeña placa con un soneto clavada en la cima de la montaña. Su amigo Alfonso Moreno leyó emocionado los versos de Rosales.

"Está acompañado por el sol y el cariño de sus amigos", señaló la mujer, que fue saludando uno por uno a las casi 100 personas que se acercaron al cementerio de Cercedilla. Estaban, entre otros amigos y familiares, el director de la Real Acamedia Española, Fernando Lázaro Carreter; los académicos Antonio Buero Vallejo, Gonzalo Torrente Ballester y Pedro Laín Entralgo; el dibujante y académico Antonio Mingote; el cantante Emilio José; el esquiador Francisco Fernández Ochoa; el periodista José Luque; el poeta Antonio Porpeta y el amigo de la infancia de Rosales, el médico granadino Primitivo de la Quintana.Un silencio absoluto presidió la ceremonia, que no fue interrumpida por ninguna voz ni ningún lamento. Sólo se escucharon los ladridos de un perro a lo lejos. "¡Qué día!", exclamaban una y otra vez los asistentes mirando a su alrededor.

Luis Rosales veraneaba desde hace 35 años en su casa de Cercedilla. Su libro Cuadernos de Cercedilla, del año 1986, está dedicado a este lugar, situado a unos 50 kilómetros al norte de Madrid En el poema Testamento, Rosales escribió: "Las noches de Cercedilla / las llevo en mi soledad, / y son ya la última linde que yo quisiera mirar. / Quisiera morir un día / mirando este cielo, y dar / un cuerpo a esta tierra que / me ha dado la libertad".

Ayer, tras el entierro, todos sus amigos y familiares subieron en caravana al mirador que en lo más alto de una montaña era el lugar favorito del poeta y de su mujer.

Allí, Alfonso Moreno, poeta y gran amigo de Rosales, leyó -mirando los kilómetros y kilómetros de paisaje- un soneto del escritor fallecido. Un poema que está transcrito en una placa que se ha clavado en una de las piedras de la montaña. En su último verso, define a la muerte como "una locura exacta".

Lo que no había ocurrido en el cementerio sucedió en lo alto de, la montaña. Los familiares y amigos rompieron su contenido silencio y bajo las gafas de sol se vieron las lágrimas más emocionadas. Así, el entierro, que había comenzado a las 11.00 de la mañana, se prolongó hasta casi las 12.00 de la tarde.

Las decenas de coches que, invadieron la montaña sorprendieron a los madrileños que habían elegido la mañana del domingo para hacer mountain bike o un poco de treking. Algunos de los deportistas se sumaron al ritual organizado por los amigos del poeta y los acompañaron escuchando los versos y contemplando el paisaje que él tanto amó.

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