Crítica:MÚSICA

Una hermosa obra de Britten

El pasado día 7 en Sevilla, con la Joven Orquesta de la Comunidad Europea, y anteayer en Madrid, con la Real Filarmónica de Londres, Rostropóvich ha dirigido el War réquiem, una de las obras más hermosas de Benjamin Britten. En ambos casos cantó la Sociedad Coral de Bilbao, que su director, Gorka Sierra, mantiene en un nivel muy elevado de calidad. Y en una y otra ciudad fueron solistas tres excelentes cantantes: la soprano Marvala Kasrashvili, el tenor Robert Tear y el barítono Johannes Mannov; los tres, dueños de medios potentes y atractivos y de musicalidad excepcional.

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El pasado día 7 en Sevilla, con la Joven Orquesta de la Comunidad Europea, y anteayer en Madrid, con la Real Filarmónica de Londres, Rostropóvich ha dirigido el War réquiem, una de las obras más hermosas de Benjamin Britten. En ambos casos cantó la Sociedad Coral de Bilbao, que su director, Gorka Sierra, mantiene en un nivel muy elevado de calidad. Y en una y otra ciudad fueron solistas tres excelentes cantantes: la soprano Marvala Kasrashvili, el tenor Robert Tear y el barítono Johannes Mannov; los tres, dueños de medios potentes y atractivos y de musicalidad excepcional.

"Soy el enemigo que mataste"

Real Orquesta Filarmónica

Coral de Bilbao. Director: G. Sierra. Solistas: M. Kasrashvili, R. Tear y J. Mannov. Réquiem de guerra, de Britten. Director: M. Rostropóvich. Auditorio Nacional. Madrid, 9 de octubre.

Escrito en 1961-1962, el Réquiem de guerra se escuchó por vez primera en Coventry, en mayo del segundo año citado, y llegó a Madrid siete años después. Está dedicado a cuatro marinos muertos durante la última Guerra Mundial y basado en textos latinos de la Misa de difuntos y en poemas ingleses de Wilfred Owen, caído en la guerra de 1914-1918, cuyo ideario frente al hecho bélico podría resumirse en dos de sus frases: "Todo lo que un poeta puede hacer hoy es advertir", y en la tremenda: "Amigo, soy el enemigo que mataste".Un gran coro, gran orquesta sinfónica, los solistas apoyados, muy bellamente, en un contrastado grupo instrumental y la escolanía situada en las alturas de la sala sirvieron a Britten para darnos diversiones expresivas y espaciales de una música intensa, transida, interiorizada y sólo a veces dramáticamente clamorosa en la protesta. Los tres solistas asumen los textos poéticos en inglés -aunque a veces canten en latín- y los dos coros entonan su diverso mensaje -homofónico, polifónico o contrapuntístico- en lengua latina. Pero Britten ha sabido hacer con los diversos componentes una continuidad ideológica y sensible reveladora de algo más que excelente artesanía e indudable inteligencia: un mensaje humanísimo y emocionante que se transmite directamente a la audiencia hasta solidarizarla con los planteamientos del músico y del poeta. No son otros que los de una rebeldía antibélica enunciada sin gritos multitudinarios y trascendida en obra de arte rigurosa y contenida.

Rostropóvich dirigió desde idénticos supuestos musicales que mueven su arco cuando toca el violonchelo: cuidado sonoro, sosiego en el fraseo, amplia respiración, incisión en el lirismo y hondo recogimiento. Cuanto pidió a sus colaboradores le fue servido en máximo grado, y así, el Réquiem de quien fuera su gran amigo -Britten escribió para él la soberbia sonata, tres suites y la Sinfonía concertante- sonó en Madrid con toda su fuerza afectiva.

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