Crítica

A flor de piel

Cuando están a punto de cumplirse los dos años desde que en nuestro país se celebraran dos excelentes muestras sobre arte latinoamericano -aquella que llevó por titulo Arte en Iberoamérica, 1820-1980, en el madrileño palacio de Velázquez, y Le démon des angés, 16 artistas chicanos, en el Centre, d'Art Santa Mónica de Barcelona-, una galería decide sumarse a la difusión del arte iberoamericano centrando su propuesta en dos jóvenes pintores mexicanos que trabajan en Nueva York. Latino, título de esta muestra, recoge los trabajos de Arturo Elizondo (Ciudad de México, 1956) y ...

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Cuando están a punto de cumplirse los dos años desde que en nuestro país se celebraran dos excelentes muestras sobre arte latinoamericano -aquella que llevó por titulo Arte en Iberoamérica, 1820-1980, en el madrileño palacio de Velázquez, y Le démon des angés, 16 artistas chicanos, en el Centre, d'Art Santa Mónica de Barcelona-, una galería decide sumarse a la difusión del arte iberoamericano centrando su propuesta en dos jóvenes pintores mexicanos que trabajan en Nueva York. Latino, título de esta muestra, recoge los trabajos de Arturo Elizondo (Ciudad de México, 1956) y de Jaime Palacios (Pekín, 1963), parece, a primera vista, dar la razón a aquellas palabras que Breton dedicara al sentir artístico mexicano tras su estancia en México en 1939: "En México, la creación artística no está adulterada, como se encuentra aquí". Sin duda, el ideólogo del surrealismo estaba destinado a identificarse con un arte que, como aquél, había venido históricamente sacrificando "el modelo externo a favor del interno" y que daba resueltamente "la precedencia a la percepción sobre la representación".Elizondo y Palacios se nos muestran aquí como buenas pruebas de esta fidelidad a un poso racial que, aunque mestizo, se ha mantenido casi inalterable con el discurrir secular.

Arturo Elizondo y Jaime Palacios

Galería Berini. Plaza Comercial, 3. Barcelona. Septiembre y octubre.

Por eso, lejos de resultarles a ambos extraña (como tampoco es ajena a los artistas chicanos que van de Amalia Mesa-Bains a los muralistas streetscrapers) la herencia de, pongamos por caso, Posada que será el padre de la ingente creación gráfica popular mexicana de este siglo, de los muralistas, de Frida Kahlo -sus inquietantes visiones, ese algo que podríamos llamar condición capilar (algo alusivo al protagonismo de venas y vello conjuntamente en lo iconográfico) o sus árboles genealógicos, están aquí bien presentes- o de los exvotos anónimos de los siglos XVIII y XIX, la evidencia de las influencias es en ellos algo meritorio.

Y es que, tal vez, en momentos como los presentes, donde la memoria es algo a olvidar, sinceridad y consecuencia, y perseveración en lo familiar y propio, más que aspectos para el desdén, pueden ser, y aquí está el botón de muestra, modelos de virtud.

Un arte a flor de piel y profundo al tiempo, que aflora a la superficie sin retener superficialidades, éste del polifacético Palacios (hermosas sus Manos poderosas) y del pintor Elizondo (excelentes sus cuadros de gran formato).

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