Crítica:CLÁSICA

Distinta y ecléctica

La Orquesta del Concertgebouw, de Amsterdam, y su director desde 1988, Riccardo Chailly, han sido valientes al presentarse con un programa en el que figuraban dos grandes obras de la contemporaneidad: Grande aulodía, de Maderna, y Requies, de Berio, para obtener con ellas y con la Cuarta sinfonía de Beethoven un triunfo pleno.La gran orquesta holandesa sorprende cada vez que se la escucha, pues recibimos la sensación de un instrumento sinfónico perfecto y vivo; además, de tal fisonomía que no permite la comparación con ningún otro. Difícil es aquilatar las razones de esa d...

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La Orquesta del Concertgebouw, de Amsterdam, y su director desde 1988, Riccardo Chailly, han sido valientes al presentarse con un programa en el que figuraban dos grandes obras de la contemporaneidad: Grande aulodía, de Maderna, y Requies, de Berio, para obtener con ellas y con la Cuarta sinfonía de Beethoven un triunfo pleno.La gran orquesta holandesa sorprende cada vez que se la escucha, pues recibimos la sensación de un instrumento sinfónico perfecto y vivo; además, de tal fisonomía que no permite la comparación con ningún otro. Difícil es aquilatar las razones de esa diferencia, pero comienzan por la naturaleza del sonido, heredero todavía del que supo crear el egregio y original Willem Mengelberg desde 1895 hasta poco después de la posguerra mundial. Y con el sonido impuso una cierta manera de pensar la música: flexible, expresiva, entre germana y latina, que hoy, cuando hace tiempo que desaparecieron quienes tocaban con Mengelberg, puede mantener, con aguda sensibilidad e inteligencia, Riccardo Chailly, a pesar de sus particulares señas de identidad y de su no negada admiración por Karajan, sin olvidar su naturaleza italiana. Factor a tener en cuenta en esta formación excepcional es el de su sistema de trabajo: directores verdaderamente estables, riqueza de ensayos, parciales y generales, y espíritu de cuerpo.

Orquesta del Concertgebouw, de Amsterdam

Director: Riccardo Chailly. Grande aulodía, de Maderna; Requies, de Berio; Cuarta sinfonía, de Beethoven. Teatro de la Maestranza, Sevilla, 21 de septiembre.

Soluciones mediterráneas

Uno de los más graves accidentes de la música de nuestro tiempo, y no sólo de la italiana, fue la temprana muerte de Bruno Maderna (1920-1973) en el momento en que, junto a Luciano Berio, superaba las inexcusables premisas poswebernianas y darstadtianas para aportar soluciones mediterráneas al cuerpo predominantemente germano que imperaba entonces. Todavía, la extraordinaria Grande aulodía, para flauta, oboe y orquesta, nos llega con la representatividad de los días en que nació, 1970, cuando se practicaba en todas sus posibilidades lo aleatorio y lo grafista.La emoción cobra máxima hondura en Requies, de Luciano Berio, escrita en memoria de la que fue su esposa, el año 1984. Requies sigue un proceso transformatorio interno y externo "mediante repeticiones y digresiones", -como escribe el compositor-, "en torno a un centro en mutación permanente, distante y, quizá, indescriptible".

Tras estos pentagramas perdurables, la clásica Cuarta sinfonía de Beethoven, en versión preciosa, directa y transparente, nos hablaba de la posible convivencia de músicas contradictorias mas no enemigas, cuyo hipotético conflicto resolvió Rossini desde su obertura de El barbero de Sevilla, ofrecida como propina.

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