Ser pobre en Madrid

Demetria Minero, de 45 años, esposa de un trabajador del sector químico de 47, está en paro desde hace dos años por problemas de salud psíquica. El marido cobra 65.000 pesetas. Ella sirve los fines de semana en un salón de bodas. Viene a sacar menos de 30.000 pesetas, aunque un dolor en la espalda le hace cada vez más difícil soportar el trabajo. Sus dos hijos, de 14 y 15 años, estudian con becas. Deben algo de dinero de unos muebles que compraron cuando vinieron a su casa nueva, cerca de Atocha, subvencionada por el Ivima. No llegan a fin de mes. "Yo he perdido la esperanza de estar mejor, lo...

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Demetria Minero, de 45 años, esposa de un trabajador del sector químico de 47, está en paro desde hace dos años por problemas de salud psíquica. El marido cobra 65.000 pesetas. Ella sirve los fines de semana en un salón de bodas. Viene a sacar menos de 30.000 pesetas, aunque un dolor en la espalda le hace cada vez más difícil soportar el trabajo. Sus dos hijos, de 14 y 15 años, estudian con becas. Deben algo de dinero de unos muebles que compraron cuando vinieron a su casa nueva, cerca de Atocha, subvencionada por el Ivima. No llegan a fin de mes. "Yo he perdido la esperanza de estar mejor, lo único que quiero es que mis hijos salgan adelante".En el estudio sobre la pobreza en la Comunidad de Madrid realizado por el gabinete EDIS en 1989, y que concluía que el 10,4% de las familias de la región se encontraba bajo el umbral de la pobreza, destacaban las situaciones de dos zonas: Parla y Vallecas, que doblaban ese porcentaje medio. Antonio Gallego, director de servicios sociales de Parla, quiere desmitificar la imagen "maldita" que pesa sobre su municipio: "Efectivamente, nuestra renta per cápita es más baja que la del resto de la zona sur, 21.000 pesetas frente a 30.000 o 35.000pesetas. Pero no hay grandes desigualdades, por eso la situación no es tan dramática como algunos la pintan. Los problemas son muy similares: la gente se busca la vida, como en todas partes".

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En cambio, en Vallecas se produce un fenómeno que, no siendo exclusivo, tiene dimensiones especialmente relevantes: decenas de miles de personas que antes vivían en infraviviendas fueron realojadas en pisos sociales desde finales de los setenta hasta 1983. Su situación residencial cambió drásticamente, pero no así la condición social, de marginalidad, de una buena parte de ellos.

"Viven en la cultura del asistencialismo", dice María Jesús Soler, jefa de los asistentes sociales de ese distrito de 200.000 habitantes. "Tienen casa, pero muchos carecen de casi todo lo demás y se limitan a pedirlo. Es muy dificil generar en ellos impulsos de integración social. La inseguridad, atávica y reciente, pesa sobre su mirada hacia el futuro. Inseguridad a quedarse sin las chapuzas que completan el seguro de desempleo, en quienes lo tienen. Inseguridad a perder esa casa, en el centro o en el mismo barrio, en la que asisten por horas. O inseguridad a perder las ayudas que les damos", afirma Soler.

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