Toros de casta brava

Cebada / Mora, Camino, Jesulín; Hermoso

Toros de José Cebada Gago, bien presentados, lustrosos, astifinos, con casta noble.

Juan Mora: media tendida atravesada, larga y vertidinosa rueda de peones y tres descabellos; la presidencia le perdonó un aviso (ovación y salida al tercio); media, rueda insistente y vertiginosa de peones y descabello (oreja). Rafael Camino: dos pinchazos y estocada baja (silencio); bajonazo (oreja). Jesulín de Ubrique: pinchazo escandalosamente bajo y estocada trasera; rebasó dos minutos el tiempo reglamentario sin que hubiera a...

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Cebada / Mora, Camino, Jesulín; Hermoso

Toros de José Cebada Gago, bien presentados, lustrosos, astifinos, con casta noble.

Juan Mora: media tendida atravesada, larga y vertidinosa rueda de peones y tres descabellos; la presidencia le perdonó un aviso (ovación y salida al tercio); media, rueda insistente y vertiginosa de peones y descabello (oreja). Rafael Camino: dos pinchazos y estocada baja (silencio); bajonazo (oreja). Jesulín de Ubrique: pinchazo escandalosamente bajo y estocada trasera; rebasó dos minutos el tiempo reglamentario sin que hubiera aviso (ovación y salida al tercio); media perpendicular y descabello (palmas).

Más información

Un toro afeitado de Francisco Javier Osborne, encastado. Pablo Hermoso de Mendoza: rejón bajo y otro trasero bajísimo (oreja con escasa petición y con algunas protestas).

Plaza de Pampiona, 8 de julio. Tercera corrida de feria. Lleno de "no hay billetes".

El toro de casta, tal como salió en Pamplona, es lo que quiere la afición y lo que hace fiesta. El toro encastado tal como salió en Pamplona, sin embargo, es lo que no quieren ver los toreros ni en pintura. Muchos toreros, ven un toro encastado, y se echan a temblar.

En esta corrida sanferminera se echaron a temblar los tres. Unos sobrepusieron el ánimo mejor que otros, Unos lo disimularon con mayor habilidad que otros, pero no cabe duda de que los tres se echaban a temblar. Porque, de estar serenos con el corazón valiente, y teniendo en cuenta la nobleza inequívoca de los toros, los habrían toreado y en paz.

Torear no es pegar pases -se ha dicho repetidas veces; un axioma que los aficionados conocen de coro- y eso, pegar pases, fue lo único que supieron hacer los toreros en Pamplona. Mas ni siquiera siempre. En muchos pasajes de sus faenas, ni pases acertaban a pegar y lo que les salía era un rebuño de telas enganchadas en los pitones, tras lo cual se escondían en el costillar, o sencillamente apretaban a correr. Sólo Juan Mora, en las postrimerías de su segundo trasteo, instrumentó tres naturales hondos, de impecable factura e inmarcesible belleza, y ese fue todo el toreo que hubo en la tarde.

Un diestro demasiado pinturero es Juan Mora, siempre pendiente de la postura, que pone aflamencada, al estilo de Rafael de Paula. Rafael de Paula, a pesar de las inhibiciones que le caracterizan, es ahora mismo el maestro que más ha influido en la torería actual.

La personalidad de Rafael de Paula causa estragos. Torero agitanado de peculiar genio, lo que en él es natural, en los demás es caricatura; lo que en él es arte, en los demás es artificio. Desde que el gitano inigualable Rafael de Paula fue reconocido como paradigma de la personalidad y del arte, un montón de coletudos andan por la plaza imitándole, para lo cual contonean el cuerpo y ejecutan los pases pegando caderazos. Y como, obviamente, estas maneras no son fruto del sentimiento, acaban haciéndose un lío de caderas. Algunos toreros, cuando torean, parece que están bailando salsa.

Muy preocupado con la salsa, Juan Mora se olvidaba de todo lo demás y destemplaba las suertes, escapaba precipitado y azaroso de la encastada embestida del toro, y así, hasta cuajar aquellos naturales de torería pura, que le valieron una oreja.

No es muy seguro, que le valieran una oreja los naturales. El público estaba orejero, la presidenta también y entrambos regalaban orejas con cualquier motivo. Rafael Camino, descentrado y sin torería toda la tarde, incapaz de hacer la faena cumbre que requería la sensacional nobleza del quinto toro, se llevó la oreja por un bajonazo. El rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza, cuyos caballos sufrieron varios testarazos del toro, se la llevó por pamplonés. Y Jesulín de Ubrique no se llevó nada, salvo una gran frustración. No supo aprovechar las magníficas embestidas, o acaso no se atrevió a embarcarlas, y cuando recurrió a su toreo de parón, el público lo recibió con absoluta indeferencia. Gran fracaso que un público festivo como el pamplonés no se dejara impresionar por el toreo de parón. Se duda que estos jóvenes quieran ser, de verdad, toreros. De momento, si son incapaces de torear toros encastados y nobles, no lo son.

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