Tribuna:

Del amor

Todos los días en nuestro planeta se celebran 100 millones de coitos humanos y tal vez ese instinto anida en el mismo bulbo del cerebro que también impulsa a los hombres a matarse. Recuerdo algunas noches que pasé en una reserva africana: desde el interior de la mosquitera oía aullidos de fieras, las voces más desgarradas de las alimañas, y yo no conocía si estos terribles sonidos de fuera se debían al placer de la cópula o al dolor que entre ellas se infligían con sus garras antes de devorarse. Toda la oscuridad era una gran cacería. Los animales se mataban, se reproducían, y ambas labores pa...

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Todos los días en nuestro planeta se celebran 100 millones de coitos humanos y tal vez ese instinto anida en el mismo bulbo del cerebro que también impulsa a los hombres a matarse. Recuerdo algunas noches que pasé en una reserva africana: desde el interior de la mosquitera oía aullidos de fieras, las voces más desgarradas de las alimañas, y yo no conocía si estos terribles sonidos de fuera se debían al placer de la cópula o al dolor que entre ellas se infligían con sus garras antes de devorarse. Toda la oscuridad era una gran cacería. Los animales se mataban, se reproducían, y ambas labores parecían la misma, puesto que generaban un solo cántico, incluyendo el de los grillos. Hasta mi habitación de aquel refugio de la sabana llegaba la conversación de una pareja que estaba al otro lado del tabique. Hablaban de cosas insustanciales. Ella decía que en los nueve días que duraba el viaje no había podido ir a la peluquería; él se maldecía por haber perdido la agenda con todos los teléfonos en medio de la selva. La cama comenzó entonces a crujir y después se escucharon unos gritos femeninos junto a unos gruñidos más espesos, y cuando la pareja cesó de amarse hubo un silencio dentro del cual continuaron las fieras en su tarea apareándose en la noche y despedazándose mutuamente. No sé qué guerra traía aquellos días el periódico. Recuerdo que en ese tiempo también en el planeta varias heridas sangraban en abundancia, pero las estrellas de África eran rutilantes, tanto como el odio, y debajo de ellas fluía la misma marea formada por todos los que se amaban y todos los que morían, personas y animales. Cien millones de coitos diarios van arrastrados por grandes ríos de palabras dulces, voluptuosas; un número igual de cuchilladas engendra otros tantos manantiales de plasma cuya corriente nos lleva. ¿Qué es la historia? Dentro de ese latido que desde el fondo de la tierra ciega nuestros ojos, la historia consiste en poder ir a la peluquería, en encontrar la agenda de teléfonos perdida en la selva.

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