Crítica:MÚSICA

Historias de Filadelfia

La serie sinfónica promovida por el Consorcio Madrid Capital de la Cultura, paradójicamente denominada Fuera de Serie, justificó su título con la subida al estrado del Auditorio Nacional de la Sinfónica de Filadelfia con su actual titular, el napolitano Riccardo Muti, que sucedió al húngaro Ormandy en 1988 y éste, a su vez, había reemplazado al mítico londinense Leopoldo Stokovski. Fue el último citado quien, a partir de 1912, creó la gran orquesta de Filadelfia, cuyo estilo es fuertemente europeo. No en vano ninguno de sus tres grandes maestros son americanos. Entre otras muchas ...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

La serie sinfónica promovida por el Consorcio Madrid Capital de la Cultura, paradójicamente denominada Fuera de Serie, justificó su título con la subida al estrado del Auditorio Nacional de la Sinfónica de Filadelfia con su actual titular, el napolitano Riccardo Muti, que sucedió al húngaro Ormandy en 1988 y éste, a su vez, había reemplazado al mítico londinense Leopoldo Stokovski. Fue el último citado quien, a partir de 1912, creó la gran orquesta de Filadelfia, cuyo estilo es fuertemente europeo. No en vano ninguno de sus tres grandes maestros son americanos. Entre otras muchas historias protagonizadas por los músicos de Filadelfia, figura su gran lanzamiento a través del disco en 1917, acaso el primero en el mundo orquestal, así como su transmisión a través de las ondas desde 1929.

Orquesta Sinfónica de Filadelfia

Director: R. Muti. Obras de Wagner, Elgar y Scriabin. Auditorio Nacional. Madrid. 17 de mayo.

Si a ello añadimos la arriesgada política de estrenos seguida por la orquesta (desde Schönberg a Constant, desde Varese a Creston, desde Bartok a Penderecki) podremos medir la importancia de las simultáneas historias de Filadelfia en el campo musical.

Su visita a Madrid, en esta ocasión, no se ha apoyado en obras del gran repertorio. Estaba en programa Wagner, pero sólo su nombre, pues en su obertura para El Drama de Apel (1834), no nos descubre al renovador de Tristán e Isolda y la Tetralogía. Después el británico Elgar, con su suite Alassio, de 1904, que frecuentemente sonaba a Wagner, nos trajo un ejemplo perfecto de lo que suele denominarse arte honorable y que, por lo regular, no deja nunca huella en la historia. En fin, Scriabin en su Sinfonía número 2, de 1903, (anterior a los poemas Divino Extasis y Fuego), sonó como la música crepuscular que es, ante la cual no cabe citar siquiera las pesuntas adivinaciones del compositor y pianista ruso.

Elogiar y mucho menosanalizar los valores de la orquesta resultaría empeño vano cuando su largo prestigio y su fama sin quiebra han hecho de ella uno de los grandes mitos del sinfonismo mundial. Tampoco hay que descubrir el talento, el saber y los dones naturales de Riccardo Muti, pero, con todo, me parece que con la Sinfónica de Filadelfia en las manos se nos vio lo mínimo que pudo darse. No hubo interpretación creativa, ni se apuraron los matices, de modo que el público midió su entusiasmo para darle suelta sin contención tras la Rapsodia Española de Chabrier, de tan viva orquestación, tocada con espectacular virtuosismo. Y durante toda la tarde seguimos con interés las plenitudes sonoras, las intervenciones solistas, la naturalidad de un lenguaje sinfónico con una continuidad y una densidad tan rara como admirable. No llegó a llenarse el Auditorio Nacional, quizás por el tipo de programación o por la coincidencia con el fin de semana; pero esto es otra historia y no de Filadelfia.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En