Tribuna:

Del grimorio al alfabeto del diablo

Con el anuncio de la creación en España de unas cátedras de humanidades dentro de una reforma más de la enseñanza universitaria ha venido a mi memoria, algo desdibujadamente, un hecho que creo tiene interés recordar, aunque sólo sea a título de anécdota. Hace más de medio siglo, en mis primicias extranjeras de ampliación de estudios en París, cundió bruscamente un escándalo (vocablo utilizado en casi toda la prensa francesa y en los medios intelectuales), porque un periódico aireó la vergonzante noticia de que un ilustre catedrático internacionalmente prestigioso, con docencia por tanto, ignor...

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Con el anuncio de la creación en España de unas cátedras de humanidades dentro de una reforma más de la enseñanza universitaria ha venido a mi memoria, algo desdibujadamente, un hecho que creo tiene interés recordar, aunque sólo sea a título de anécdota. Hace más de medio siglo, en mis primicias extranjeras de ampliación de estudios en París, cundió bruscamente un escándalo (vocablo utilizado en casi toda la prensa francesa y en los medios intelectuales), porque un periódico aireó la vergonzante noticia de que un ilustre catedrático internacionalmente prestigioso, con docencia por tanto, ignoraba el latín y el griego antiguos.Historiador o filólogo, había traducido incorrectamente a Tácito y a Heródoto de sus lenguas clásicas, lo que acarreó un cierto grado de vergüenza en la Sorbona y el natural regodeo de las esquelas políticamente opuestas. Comentando el suceso, un diario francés de circunspecta tradición, Le Figaro, estuvo bromeando que había profesores liberales para quienes "Lucrecio era un grimorio, y Platón, el alfabeto del diablo", dicho francés un tanto despectivo.

En aquella Francia, tan presuntuosa de sus sabios maestros (Bergson, Poincaré, Válery ... ) y donde ya florecían varias vanguardias artísticas -insumisas respuestas a las insuperabilidades académicas-, había explosionado una bomba de imprevisible efecto retardado. Se admitía la posibilidad de que algunos otros descollantes maestros en humanidades hasta entoncesmerecedores de parecida devoción cultural podrían rodar por los suelos como guiñapos inservibles. Tan deprimente era la cuestión que pasó a ser comidilla de todos los corrillos de la capital gala y augurar huracanes desculturalizantes.

Aquélla conmoción intelectual se recogió y postiló en Espana con pérfidos regocijos. El hecho de que en la librepensadora Francia resultase profanable alguna gloria y adquiriera pies de barro su cultura nacional era un hecho destacable y digno de hacer tañer las campanas hispanas. Solamente un periódico, El Sol, comentó las cosas con discreción y serenidad, admitiendo que, en último extremo, no era más que un sobresalto con tintes de humorismo. Tampoco era precursor de una revolución universitaria, porque a lo largo de la historia' en todas las universidades del mundo habían surgido y fueron siempre ocultados fraudes de parecido o similar empaque, en proporción contraria respecto al grado medio de sabiduría general. El suceso no autorizaba a concluir que el aprendizaje de humanidades se fuese a derrumbar en Francia; más que otra cosa, era. un accidente ridículo y avergonzador para los interesados, divertido para los oponentes y, como derivación, una fliancha para la Universidad y la cultura envaneciente.

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Eugenio D'Ors, con su affia

do taladro para las vibraciones

de la cultura, hizo una sensata,

indirecta y oportuna considera

ción: que todo cuanto a los vi

vientes llega de los pensadores,

escritores y artistas clásicos es la

experiencia de sus valores pasa

dos por el tamiz del tiempo y de

cantados. Apuntaba, en irónico

contraste, que lo que ocurría con

los hombres de ciencia del pasa

do había quedado quizá más pre

terido aún. Al decir de D'Ors, el

trato con Euclides enriqueció

menos el cauce de la sabiduría

que el trato con Ovidio. Y recor

daba que hay humanidades que

se aprenden en los museos, aun

que sean de reproducciones, que

entran por - los ojos. Afirmaba en

semiburla que muchos que se en

vanecen al adquirir una traduc

ción de Tíbulo,se creerían desdo

rados si comprasen un yeso de

Praxíteles. - -

Esta visión dorsiana del problema, descubierto en Francia ponía en tela de juicio el tema de los valores; mejor dicho, el de las valoraciones y, sobre todo, el de las llamadas humanidades plásticas. Muchos sabihondos, colocándose a niveles condicionales, hacen verdaderos equilibrios sintácticos para inventar interpretaciones valorizantes que en nada coinciden con las ideas que fraguaron los artistas descritos o estudiados. Esa pedantería, cada vez más actuante, infla los globos humanidísticos.

Si entramos a dividir ingenuamente las humanidades en mayoresy menores, se observa que el espacio entre ambas está tan relleno de verdades valiosas como de relativismos o falsedades; no por ello, sin embargo, dejan de pertenecer a la sabiduría. Con referencia al mismo incidente ocurrido en Francia, ¿cuántos grandes especialisfás en materias de humanidades saben, de verdad y en profundidad, el latín y el griego clásicos? Antonio Tovar, entusiasmado desde su primera juventud con la belleza que románticamente extraía de sus helénicas lecturas, no escribió su Vida de Sócrates hasta que hubo madurado la posesión del griego clásico, o sea, hasta que las vivió a la manera de Sócrates y pudo reconstruir su figura humana. Ese mismo celo y cuidado seobserva en muy recientes traducciones de Tucídides, Horacio, Píndaro, Cátulo, etcétera, al castellano actual.

Pero en humanidades, tal como hoy sobrevive la denominación, este tipo de honestidad no puede pedirse a todos por igual; sirve solamente como ejemplaridad. Por otra parte, nadie está inmunizado contra la pérdida de memoria ni contra el envejecimiento. Y no puededespreciarse a los que ignoren algunos saberes poseyendo, otros y considerarlos como peligrosos embusteros intelectuales, ni menos aún sostener, como alguien ha hecho recientemente, que para ser humanista médico hay que ser necesariamente cristiano.

No obstante, aquel escándalo de Francia (como otros, conocidos o no, de la historia y del presente de muchos lugares) no ayuda a subsanar la cruda realidad de que las humanidades se suelen aprender casi inconscientemente, en más de un 90%, a través de un alto grado de cultura superior, que llegó a tener la categoría de ciencia; se llamó Kulturw¡ssenschaft. Las reproducciones y las traducciones sucesivas bien areladas por la historia son los materiales con que se estructuran esas que hoy llamamos humanidades. Lo que, lógicamente, se deberá impedir es que los que a ellas dediquen su vida magisterial o su recreo puedan pensar que Lucrecio sea un grimorio, y Platón, el creador del alfabeto del diablo. Mas nunca se podrá evitar que algún ministro pedantuelo pueda poner una pica en Flandes diseñando su nuevo plan de estudios, en el que las humanidades sean el fruto de su sagacidad y su rango de descubridor de mundos olvidados. Lucrecio y Platón, y las lenguas que hicieron historia, ¿seguirán viajando en el mismo carruaje que en los últimos años, durante los cuales las lenguas muertas fueron lenguas matadas?

Francisco Vega Díaz es médico.

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