FALLAS DE VALENCIA

El gusto torero

Pases en redondo y pases ayudados soberanos ejecutó Enrique Ponce a su primer toro o lo que fuera aquello. Gran parte del público se quedó sorprendidísimo porque en toda la feria no se había visto el buen gusto aplicado al arte de torear.El público se entusiasmó, claro, aunque no constituía novedad alguna. El público valenciano se entusiasma siempre. El público valenciano es el más agradecido del mundo y, para entusiasmarse, lo mismo le da corte que cortijo. Pero en esta ocasión era distinto. En esta ocasión recibía el regalo del sabor torero, que es un sabor especial. ¿Sabe el toreo a paella?...

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Pases en redondo y pases ayudados soberanos ejecutó Enrique Ponce a su primer toro o lo que fuera aquello. Gran parte del público se quedó sorprendidísimo porque en toda la feria no se había visto el buen gusto aplicado al arte de torear.El público se entusiasmó, claro, aunque no constituía novedad alguna. El público valenciano se entusiasma siempre. El público valenciano es el más agradecido del mundo y, para entusiasmarse, lo mismo le da corte que cortijo. Pero en esta ocasión era distinto. En esta ocasión recibía el regalo del sabor torero, que es un sabor especial. ¿Sabe el toreo a paella? ¿Sabe a langosta? ¿Sabe a bombonería fina? Depende. Los aficionados a los toros decimos que cuando el toreo se ejercita en profundidad y se interpreta con sentimiento, a lo que sabe es a gloria divina.

Peralta / Manzanares, Soro, Ponce

Toros de Hermanos Peralta, escasos de presencia, sin trapío y anovillados los tres primeros; flojos; lo, derrengado total; 3º y 4º, inválidos; nobles.José Mari Manzanares: pinchazo, metisaca atravesado y dos descabellos (silencio); pinchazo hondo, rueda de peones y descabello (silencio). El Soro: estocada corta trasera y rueda de peones (oreja); bajonazo descarado (silencio). Enrique Ponce: estocada perdiendo la muleta (dos orejas); pinchazo, rueda de peones y dos descabellos; rebasó dos minutos el tiempo reglamentario sin que sonara el aviso (petición y vuelta); salió a hombros por la puerta grande. Plaza de Valencia, 19 de marzo. Octava corrida fallera. Lleno.

Al tercer toro (o lo que fuera aquello) Enrique Ponce lo pasó suavemente por bajo y abrochó la serie mediante un cambio de mano hermosísimo; tres redondos maravillosos, muy ceñidos y muy ligados, pusieron al público en pie, cerró con el de pecho barriendo el lomo del toro de cabeza a rabo, y el toreo a derechas que siguió le estuvo saliendo cumbre. Utilizó brevemente la izquierda sin ajuste y sin temple, volvió a los redondos, intercaló trincherillas, y todo el mundo allí se sentía feliz. Todo el mundo menos el toro, que era una mona. El toro no tenía presencia ni potencia. El toro o-lo-que-fuera-aquello se desplomaba durante la faena, y sólo debió de sentir alivio cuando Enrique Ponce lo liquidó de un estoconazo.

El sexto, cuajadito y enterizo, no le dio tantas facilidades al artista, que corrió lo suyo. No ruedo a través, perseguido por la fiera, desde luego: sólo al rematar los pases. Enrique Ponce, inspiradísimo en el toro que era una mona, en el que sacó casta pegó muchos pases pero templados pocos, ligados ninguno y, al concluirlos, se apresuraba a buscar nuevos terrenos. Correr es la moda. Y, además, ya lo dijo un cuñado de Bombita (don Ricardo Torres, a la sazón), una tarde que granizó: cuando hay toreros no hay toros, cuando hay toros no hay toreros.

Los toreros de cuando no hay toros, sin embargo, son dispares. Para empezar, o tienen gusto o no lo tienen. Si lo tenía ayer Manzanares no se pudo saber: sus toros o-lo-quefuera-aquello se desmayaban en cuanto les mostraba la terrible pañosa. Se pudo saber de El Soro, en cambio, pues a los suyos les pegó mantazos mil y emanaba de allí un tufillo que no era a ámbar.

Lo bueno de El Soro es que posee un rico repertorio de capa, y ahí da fiesta buena. Posiblemente no haya en estos tiempos torero tan variado con el capote como El Soro, y de ello ofreció una surtida muestra. Luego banderilleó a cabeza pasada y muleteó al desgaire. El público hizo las habituales manifestaciones de entusiasmo, pero los pases de muleta que daba El Soro no eran precisamente ambrosías y acabó rechazándolos. La verdad es que después de haber paladeado la fina torería de Enrique Ponce, aquel guisote cuartelero no apetecía lo que se dice nada, nada, nada.

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