LIBIA, EN EL BANQUILLO

"Hay que pasar la hoja"

Madrid y París, favorables el levantamiento de las sanciones a Trípoli.

El ministro español de Asuntos Exteriores, Francisco Fernández Ordóñez, y su homólogo francés, Roland Dumas, estuvieron de acuerdo, durante un encuentro en Argel, en la necesidad de ir allanando el camino para el levantamiento de las sanciones impuestas por la Comunidad Europea a Libia en 1986.

"Hay que pasar la hoja", afirmó incluso públicamente Dumas el 27 de octubre al término de la reunión que los jefes de la diplo macia de los cuatro países del sur de Europa mantuvieron con sus homólogos de la Unión del Magreb Árabe, integrada por Argelia, Libia, Marruecos, Maurita nia y Túnez.Sete...

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El ministro español de Asuntos Exteriores, Francisco Fernández Ordóñez, y su homólogo francés, Roland Dumas, estuvieron de acuerdo, durante un encuentro en Argel, en la necesidad de ir allanando el camino para el levantamiento de las sanciones impuestas por la Comunidad Europea a Libia en 1986.

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"Hay que pasar la hoja", afirmó incluso públicamente Dumas el 27 de octubre al término de la reunión que los jefes de la diplo macia de los cuatro países del sur de Europa mantuvieron con sus homólogos de la Unión del Magreb Árabe, integrada por Argelia, Libia, Marruecos, Maurita nia y Túnez.Setenta y dos horas después, un juez instructor francés, Jean Louis Bruguière, acusaba a Abdalá Senusi, número dos de los servicios secretos libios y cuñado del coronel Muammar el Gaddafi; a dos de sus subordinados, Ibrahini Naeli y Musba Arbas, y a un diplomático libio destinado en Brazzaville, Abdalá Elazragh, de ser los responsables de la voladura, el 19 de septiembre de 1989, en el espacio aéreo de Níger, de un avión DC-10 de la compañía francesa UTA, en la que murieron 171 personas.

Un mes después, al término de la que es descrita como la ma yor investigación policial de la historia, los Gobiernos de EE UU y del Reino Unido publicaban un comunicado conjunto en el que exigían a Libia la extra dición de dos agentes de su servicio secreto, Abdelbaset Alí al Megrahi y Amín Jalifa Fiman, a los que un magistrado escocés y un jurado norteamericano consideran culpables de la destrucción, cuando sobrevolaba el pueblo escocés de Lockerbie, el 21 de diciembre de 1988, de un avión Boeing 747 de la Pan Am con 270 pasajeros. Otras 11 personas murieron en tierra.

Atraer al coronel

La diplomacia española operó entonces un giro de 180 grados respecto a Libia. Se dejó de aca riciar la idea de atraer paulatina mente al turbulento coronel al redil de los árabes moderados. Con ese propósito, y a diferencia de otras capitales europeas, Madrid había mantenido el contacto con Trípoli, hasta el punto de que Fernández Ordóñez se entre vistó con Gaddafi en plena gue rra del Golfo y cuatro meses des pués acogió en el palacio de San ta Cruz a su homólogo libio, Ibrahim, Bechari.

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Con el sigilo que le caracteriza, el Cesid (servicio secreto militar) mantenía también abiertos los cauces de comunicación con el régimen libio. Los inspectores de la Brigada de Información Exterior de la policía aún recuer dan que hace dos años siguieron desde el madrileño aeropuerto de Barajas el vehículo en el que via jaba el número dos libio, el co mandante Abdelsalam Yalud, que había entrado con nombre falso. La caravana de coches acabó en la misma sede del Cesid, en la carretera de La Coruña.

Antes y después de esa discreta persecución automovilística, Manglano, el jefe del Cesid, viajó a Trípoli, donde se reunió con Bechari, que entonces era también Jefe del servicio secreto, y fue recibido por Gaddafi. A ese diálogo informal el Cesid achaca la drástica disminución en España desde 1987 de las actividades de grupos árabes radicales patrocinados por Libia. El último atentado sangriento que les atribuye la policía fue la explosión, el 26 de diciembre de 1987, de dos granadas en un club de Barcelona frecuentado por marines de EE UU. Hubo un muerto y cinco heridos.

Como no parece existir dentro ni fuera de Libia una alternativa prooccidental a Gaddafi, la diplomacia española espera, en el fondo, que Estados Unidos y sus aliados se comporten con el coronel como en su día lo hicieron con el iraquí Sadam Husein: apretando, pero sin llegar a ahogar.

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