Editorial:

Tres años de infierno

EL PRÓXIMO 14 de febrero se cumplirán tres años de la fatwa iraní que condenaba a muerte al escritor anglo-indio Salman Rushdie, tres años en los que el mundo cambió con una celeridad inimaginable e inimaginada. Sin embargo, la vida cotidiana de Salman Rushdie sigue condicionada por la bárbara condena de un Gobierno en el que siempre resulta difícil deslindar las inquietudes espirituales de la intransigencia. Que Irán ocupe ahora la vicepresidencia de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU no deja de ser un sarcasmo y una consecuencia de los citados cambios en las relaciones internac...

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EL PRÓXIMO 14 de febrero se cumplirán tres años de la fatwa iraní que condenaba a muerte al escritor anglo-indio Salman Rushdie, tres años en los que el mundo cambió con una celeridad inimaginable e inimaginada. Sin embargo, la vida cotidiana de Salman Rushdie sigue condicionada por la bárbara condena de un Gobierno en el que siempre resulta difícil deslindar las inquietudes espirituales de la intransigencia. Que Irán ocupe ahora la vicepresidencia de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU no deja de ser un sarcasmo y una consecuencia de los citados cambios en las relaciones internacionales.Lo que potencia el estupor mundial no es la capacidad moral que reivindican quienes se autoinvisten de guardianes de la verdad revelada, -cualquiera que ella sea-, ni, por tanto, su derecho a la condenación espiritual, sino la traslación al terreno legal de lo que consideran una transgresión religiosa. Salman Rushdie no ha sido condenado al infierno por escribir unas líneas calificadas de blasfemas en su Los versos satánicos. El infierno es su hábitat cotidiano desde hace tres anos, y no se sabe hasta cuándo, por la unilateral decisión de los dirigentes de Teherán. El mundo ha cambiado notablemente y, al parecer, en algunos casos concretos para recorrer el largo viaje hacia la noche de la intolerancia.

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