El presidente obsequioso

Arjona / Rubén, Paquiro, Rosa

Tres primeros novillos de hermanos Sánchez Arjona (tres fueron rechazados en el reconocimiento), con el trapío de su encaste, flojos, nobles. Tres de Ortigao Costa, serios, cuajados, mansos en varas, manejables.



José Rubén,
de Aldeadávila de la Ribera, nuevo en esta plaza: pinchazo perdiendo la muleta y bajonazo (palmas y también protestas cuando saluda); estocada ladeada (oreja protestadísima). Paquiro, de Pamplona, nuevo en esta plaza: dos pinchazos y estocada (aplausos y también protestas cuando saluda); ...

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Arjona / Rubén, Paquiro, Rosa

Tres primeros novillos de hermanos Sánchez Arjona (tres fueron rechazados en el reconocimiento), con el trapío de su encaste, flojos, nobles. Tres de Ortigao Costa, serios, cuajados, mansos en varas, manejables.

José Rubén, de Aldeadávila de la Ribera, nuevo en esta plaza: pinchazo perdiendo la muleta y bajonazo (palmas y también protestas cuando saluda); estocada ladeada (oreja protestadísima). Paquiro, de Pamplona, nuevo en esta plaza: dos pinchazos y estocada (aplausos y también protestas cuando saluda); pinchazo y estocada (silencio) Ángel de la Rosa: pinchazo y estocada trasera (aplasos); pinchazo, estocada atravesada que asoma -primer aviso con retraso-, siete descabellos -segundo aviso- y descabello (silencio)

Plaza de Las Ventas, 24 de octubre. Menos de media entrada.

Hubo más gente de la esperada, menos frío del que se temía, y a quien acudió, la entrada le servirá en el futuro para certificar su afición. O sea, que cuando alguien ponga en duda su condición de aficionado, no tiene más que enseñar el boleto y decir: "Esta es la prueba de que estuve en Las Ventas aquel jueves de octubre invernal, cuando había un gélido ambiente callejero, nubarrones zainos entoldaban Madrid y el cartel no era muy allá". Quizá por estas razones la afición mantenía una actitud amable. Y el presidente también, solo que acabó pasándose y se puso obsequioso. El presidente se llama el señor Moronta y fue un presidente pésimo.El público de toros puede ser todo lo amable que le plazca, pues, salvo las generales de la ley, no le obligan normas, ni está sujeto a estatuto. El presidente, en cambio, no puede ser amable, menos aún obsequioso. No está puesto en el palco por el ayuntamiento, sino por la autoridad gubernativa, con la responsabilidad de que todo el mundo cumpla el reglamento, él en primer lugar. En consecuencia, no debe consentir toros inválidos, retrasar avisos, conceder orejas que apenas nadie pide, aunque su deseo sea ahorrar sobreros a la empresa, dar un margen de tolerancia a los malos matadores o regalar orejas; con lo que valen las orejas en Madrid. Las orejas de Madrid a veces valen un cortijo.

El presidente que se siente obsequioso, como le ocurrió al señor Moronta con el debutante José Rubén (y le regaló una oreja), lo que debe hacer es tirar de cartera, comprar de su propio peculio el regalo y enviárselo al torero al hotel. Desde un bolígrafo hasta un jamón pata negra (o desde un alfiler hasta un elefante) tiene donde elegir. Pero hacer regalos a costa de la opinión del público y de la categoría del coso, ni hablar. Precisamente Las Ventas está considerada la primera plaza del mundo gracias a la afición que le da carácter y a los muchos presidentes responsables que tuvo a lo largo de su historia, bien distintos al señor Moronta, por cierto.

José Rubén aplicó al encastadito y débil primer novillo un toreo de buena técnica y ningún arte. Al cuarto, cuajado, fuerte y aspero, lo muleteó voluntarioso. Tras cobrar la estocada, unas docenas de espectadores pidieron la oreja y el señor Moronta fue y la concedió. La que se armó entonces. No sólo reaccionaron con acritud los aficionados, gritando su protesta, sino que hasta hubo discursos, proclamas y arengas. La afición no podía callarse y no se callaba. Ya estábamos en el siguiente toro y aún se levantaban aficionados para presentarle al presidente mociones de censura.

Paquiro se mostró valiente, e incluso por aguantar un parón del segundo novillo sufrió un derrote que le lanzó por los aires. Sin embargo, citaba fuera de cacho, se aliviaba con el pico, conducía hacia afuera los pases y, al rematarlos, apretaba a correr para iniciar el siguiente en otro lugar del redondel. Es decir, que ejecutó a conciencia el toreo moderno. Ángel de la Rosa, por el contrario, exhibió finura estilística, cadencioso ritmo, gustoso empaque al interpretar los derechazos, y pegó cien. Cuando, a las tantas, se echó la muleta a la izquierda, los naturales le resultaron vulgarcillos. El presidente no pudo darle oreja, ya que mató mal, y lo compensó obsequiándole un precioso minuto del tiempo reglamentario, antes de enviar el aviso. El caso era regalar algo. Por lo que se ve, los presidentes pueden hacer regalos sin que les cueste ni un duro. Lo cual no deja de ser una bicoca, francamente.

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