Editorial:

Últimos preparativos

BAKER ESTÁ culminando, en su actual gira por Oriente Próximo, los últimos preparativos para que, al cabo de ocho meses de viajes y esfuerzos incesantes, la conferencia de paz -objetivo que parecía prioritario al término de la guerra del Golfo- pueda tener lugar. Hoy parece probable que Bush y Gorbachov convoquen oficialmente la conferencia a comienzos de la semana próxima, y que ésta se inaugurará en los últimos días de octubre en la ciudad suiza de Lausana. Sin embargo, estos planes están aún prendidos con alfileres.El problema más complejo ha sido sin duda el de la configuración de la delega...

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BAKER ESTÁ culminando, en su actual gira por Oriente Próximo, los últimos preparativos para que, al cabo de ocho meses de viajes y esfuerzos incesantes, la conferencia de paz -objetivo que parecía prioritario al término de la guerra del Golfo- pueda tener lugar. Hoy parece probable que Bush y Gorbachov convoquen oficialmente la conferencia a comienzos de la semana próxima, y que ésta se inaugurará en los últimos días de octubre en la ciudad suiza de Lausana. Sin embargo, estos planes están aún prendidos con alfileres.El problema más complejo ha sido sin duda el de la configuración de la delegación palestina. La Organización para la Liberación de Palestina (OLP), debilitada tras su apoyo a Sadam Husein, ha hecho concesiones serias e imaginativas. Los palestinos formarán parte de una delegación conjunta con Jordania; la presidencia de ésta será desempeñada por el rey Hussein y por Arafat. En un segundo nivel, lejos de la mesa de negociación, actuarán políticamente los ministros jordanos y algunos miembros del Consejo Nacional Palestino. Por último, estará el líder de los territorios ocupados, Faisal Huseini, que no tendrá acceso a la conferencia (porque no le admiten los israelíes), pero que será constantemente consultado por siete delegados, aprobados aunque no necesariamente miembros de la OLP.

En Israel, ante la probabilidad de un inicio rápido de la conferencia, se dividen las opiniones. El ministro de Exteriores, Levy, ha lanzado las campanas al vuelo considerando que EE UU ha dado las máximas garantías. Pero en la derecha del Likud, y en círculos extremistas, crece una indignación desaforada contra EE UU. Se acusa a Bush de empujar a Israel al desastre. La presión norteamericana ha sido más enérgica en este caso que en otros anteriores para lograr que el Gobierno de Shamir se siente a la mesa de negociaciones. Pero lo ha hecho dándole a la vez tales ventajas previas sobre los puntos a discutir en la conferencia que amenazan el éxito de ésta. Prometer, por ejemplo, que "no habrá Estado palestino" es hipotecar un punto clave que la conferencia debería decidir. En este sentido, las conclusiones de la entrevista Baker-Shamir de ayer merecerán un atento análisis.

El interés de los palestinos es acudir, aunque sea cediendo mucho antes de sentarse a la mesa. Israel -o, más claramente, el partido Likud, que dirige el Gobierno- teme al hecho en sí de la negociación, porque sabe que, en una etapa u otra, la conferencia deberá tener en cuenta las resoluciones de la ONU que exigen la retirada de Israel de los territorios ocupados. Tema que el Likud no quiere considerar, si bien otros sectores de opinión israelíes tienen sobre ello ideas más flexibles.

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Si la conferencia se abre, su propio desarrollo tendrá sin duda impacto sobre la opinión israelí. En todo caso, y aunque sea con muchas limitaciones, la apertura de la conferencia sería un paso importante para reducir los peligros que encierra Oriente Próximo. Para ello deberá ser más que una simple ocasión para una fotografía útil a Bush y a Gorbachov. Deberá ser el punto de partida de un trabajo serio, de negociaciones sin duda largas y complicadas, pero susceptibles de abrir caminos hacia soluciones concretas.

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