Crítica:ARTE

La pintura como estilo

"El estilo es una fatalidad, está ahí y no se mueve nunca. Lo terrible es intentar cambiar de estilo, porque siempre se acaba notando, acaba asomando las orejas por detrás del cuadro". Lo terrible, pues, es que lo de "fatalidad" no sea interpretado como algo permanente y positivamente inevitable, sino como calidad de fatal, como algo nocivo. ¿Y cuál es la postura a adoptar cuando, como espectadores, topamos con tina personalidad cuyo modus facere está, desde tiempo ha, asentado entre ríos de tinta, parabienes de próceres y, sobre todo, en el dilatado tiempo de su cultivo y práctica?
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"El estilo es una fatalidad, está ahí y no se mueve nunca. Lo terrible es intentar cambiar de estilo, porque siempre se acaba notando, acaba asomando las orejas por detrás del cuadro". Lo terrible, pues, es que lo de "fatalidad" no sea interpretado como algo permanente y positivamente inevitable, sino como calidad de fatal, como algo nocivo. ¿Y cuál es la postura a adoptar cuando, como espectadores, topamos con tina personalidad cuyo modus facere está, desde tiempo ha, asentado entre ríos de tinta, parabienes de próceres y, sobre todo, en el dilatado tiempo de su cultivo y práctica?

Acaso, el plantearnos el sentido de esas palabras que Miquel Barceló vertió -en una revista sureña que estuvo muy en boga años atrás- para intentar dilucidar en su aplicación a la creación de un artista la validez operativa de las mismas. En el caso de José Manuel Broto (Zaragoza, 1949), el estilo como inmóvil y la meritoria fatalidad han venido siendo la misma noción de pintura -una pintura que, como alguien dijo, habla únicamente de su propio producirse-, lo cual, de entrada, es mucho y poco. Mucho, por lo que supone de reto, y poco, porque tras ello puede ocultarse la ambigüedad, la inconcreción o la inmodestia. Y Broto, como pintor que es, no ha cambiado, pues sigue pintando y reflexionando, en esencia, acerca de la pintura como estilo.

Broto

Galería Carles Taché. Consell de Cent, 290. Barcelona. Octubre y noviembre.

Y por ello, desde siempre, ha venido siendo lo bastante hábil como para atreverse a insinuar algunos de los diversos senderos y maneras en que su estilo puede diversificarse - mostrarse vagamente nómada, sin por ello desdecirse, en el fondo, de esa inicial preocupación por lo estrictamente plástico que caracteriza a la pintura como gramática y también a su pintura como discurso de estilo.

Excesiva elegancia

¡Qué le vamos a hacer si Broto peca en ocasiones de excesiva elegancia y de rizar el rizo del esteticismo! ¿Acaso no son éstas unas de las cualidades posibles de la pintura, parte del resultado de considerar el medio como mensaje? ¿Cuántos son los que no buscan, en puridad u ocasionalmente, resultados de ese corte? (Y aquí, haciendo de abogado del diablo, rompo una lanza por los disensores que verdaderamente valen la perla, que son pocos). Así que estamos ante una nueva demostración de talento -epidérmico, ciertamente, algunas veces- de ese gran lírico que es Broto. Una exposición donde se continúan, porque nunca se dejaron, algunas de las maneras de su anterior muestra en Maeght -especialmente en lo referente a la disposición de una estructura geometrizante que parece emerger del cuadro o introducirse en él, haciendo de esquema y centro compositivo- y aquellas otras -la golosa condición meándrica del trazo, las atmósferas evanescentes, las pinceladas borradas parcialmente- que han, venido siendo paradigma de Broto.

Y es básicamente la idea de emergencia, germinación y disolución, de construcción y destrucción, aquello que mueve al romántico Broto a entregarse al ejercicio y encumbramiento de su peculiar visión de la pintura como ruina. Ruina por lo que ello supone de agudo y, a la vez, reivindicativo espejo ambiental y de herencia con su propia coherencia constructiva como artista.

Es este desinterés por todos aquellos factores externos a lo estrictamente pletórico lo que ha venido desquiciando, por un lado, a quienes buscan en el medio únicamente sus cualidades como transmisor de mensajes contextuales, y, por otro, a quienes sólo disimulan tras las objeciones inmovilistas su propia comezón obsesiva, y discutible, por el salto de mata como modelo.

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