Bajada a los infiernos en la cárcel de Al Jiam

La sórdida vida de los presos cuya liberación exige Yihad Islámica

Olvidados durante varios años por casi todo el mundo, los aproximadamente 400 prisioneros de la cárcel de Al Jiam están en el centro de las negociaciones para lograr un canje con 10 rehenes occidentales y siete soldados israelíes capturados en Líbano entre 1982 y 1986. Mientras se debate su suerte, con el propio secretario general de las Naciones Unidas, Javier Pérez de Cuéllar, de activo protagonista, EL PAÍS entrevistó en una aldea de Líbano del Sur a ex reclusos de Al Jiam, y su testimonio ofrece una sórdida visión de lo que supone vivir en una cárcel que está en manos de los milicianos ali...

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Olvidados durante varios años por casi todo el mundo, los aproximadamente 400 prisioneros de la cárcel de Al Jiam están en el centro de las negociaciones para lograr un canje con 10 rehenes occidentales y siete soldados israelíes capturados en Líbano entre 1982 y 1986. Mientras se debate su suerte, con el propio secretario general de las Naciones Unidas, Javier Pérez de Cuéllar, de activo protagonista, EL PAÍS entrevistó en una aldea de Líbano del Sur a ex reclusos de Al Jiam, y su testimonio ofrece una sórdida visión de lo que supone vivir en una cárcel que está en manos de los milicianos aliados de Israel.

Cuesta creer que Hasan Nasar tenga 32 años. Es un musulmán shií enjuto y de cabellera opaca que delata vanos intentos de ocultar una calvicie inexorable y precoz. La rara vez que Hasan sonríe, las hondas arrugas de su frente hacen juego con las de sus mejillas de barba canosa. Sus ojos parecen haber sido desconectados hace tiempo de toda emoción. Es padre de tres niños y ahora vende hortalizas en su aldea natal de Chagra, situada unos pocos kilómetros al norte de Tibnín. Su desventura ha pasado, pero la de cientos de sus compatriotas continúa.Como muchos libaneses, este hombre sabe cuán ardientemente Israel quiere recuperar a sus soldados desaparecidos, vivos o muertos. Hasan asegura que fue torturado y maltratado sistemáticamente durante los dos años que pasó en la misteriosa cárcel de Al Jiam, un cuartel construido por el Ejército francés en la década de los treinta y que la milicia aliada de Israel, el Ejército de Líbano del Sur (ELS), ha transformado en un monumento al oprobio.

Sólo el ELS, el Ejército israelí que controla la zona y, sobre todo, la gente que ha pasado por Al Jiam, sabe qué es lo que sucede dentro de sus gruesos muros de piedra.

Una prisión "normal"

El Comité Internacional de la Cruz Roja y otros organismos de defensa de los derechos humanos tratan desde hace años de obtener autorización para visitar Al Jiam e investigar las numerosas denuncias de torturas y malos tratos. Israel dice que eso sólo compete al ELS, y el ELS dice que lo de Al Jiam es una cuestión interna de los libaneses.En una entrevista con EL PAÍS, el pasado mes de julio, César Saqr, el locuaz ayudante de campo del brigadier general retirado Antoine Lalid, comandante del ELS, declaró en Marjayún: "Al Jiam es una prisión normal. No tenemos detenidos políticos.

Allí están los que han cometido o han ayudado a cometer actos de terrorismo o han participado en operaciones guerrilleras. Es una prisión normal. Gente entra, gente sale. El año pasado liberamos a 280 prisioneros...".

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Lo que el ELS no dice es que existe un sistema de relleno que mantiene Al Jiam siempre a tope. Cierto, "gente sale, gente entra". Pero la definición de "una cárcel normal" resulta atrevida. Los testimonios de ex prisioneros como Hasan son demasiado detallados y coinciden con los de otra gente entrevistada durante los últimos cuatro años. Todos hablan de celdas del tamaño de un ropero pequeño. Las llaman "las cajas".

Todos hablan de la mákana, la máquina, y no hace falta adivinar su propósito, porque viene siempre explicada con un gesto manual: el movimiento giratorio de una manivela imaginaria. Hasan Nasar dice que la conoce muy bien. Hasan Nasar habla con esperanza sobre las negociaciones para liberar a los presos de Al Jiam como parte del canje de prisioneros por rehenes. Pero éstas duran poco.

"Incluso si salen todos, los israelíes pueden volver cualquier día y llevarse centenares de presos nuevos". Al fin y al cabo es lo que dice, en sentido inverso, el portavoz del ELS: "Gente entra, gente sale".

Descargas eléctricas y una dieta de hambre

El 17 de febrero de 1987, ura columna de Hezbolá tendió una emboscada a un convoy israelí cerca de Beit Yajún, en la zona de seguridad que Israel ocupa en el sur de Líbano. Los guerrilleros capturaron al sargento Zacariali, Baumel y Yossi Fink. Uno de ellos fue gravemente herido.Al día siguiente, el Ejército israelí lanzó una vasta operación para rescatar a los prisioneros y tomó varias aldeas, incluyendo Chagra.

Me oculté en casa de unos amigos, pero fue inútil", relata Hasan Nasar. "MIlicianos del ELS y agentes israelíes me detuvieron a mí y a otros 60 hombres y mujeres", recuerda. "Nos pusieron capuchas negras y nos ataron las manos. Nos golpearon brutalmente. Querían saber dónde estaban los soldados capturados. Luego me tiraron en el baúl de un Mercedes y la próxima cosa que vi horas después fueron las paredes de una celda. Entonces me di cuenta que ya estaba en Al Jiam. Muchos de los que fueron apresados conmigo siguen allí".

"Al día siguiente trajeron la máquina", dice. Las descargas eléctricas se convirtieron en una espantosa rutiria durante 30 días. "Nos colgaron de una barra, con los brazos atados. Nuestros pies apenas tocaban el suelo. Después de los golpes, agua fría y casi sin pausa, agua caliente. Luego los cables. A las orejas, a la lengua, a los testículos... Treinta días.

En la habitación había militares israelíes. Cuando no me vendaban los ojos podía verlos detrás de una mesa mirando córno los hombres de Lahd nos trituraban. Cuando nos encapuchaban, oía que alguien traducía las preguntas de los israelíes. Nos decían que la electricidad nos enseñaría a cooperar. Escuchaba risas ... ".

Según Hasan, cinco de ellos vivieron durante meses en caías del tamaño de una perrera. "Nos guardábamos toda la poca comida que nos daban para devorarla junta a la noche. Así nos sentíamos llenos".

El menú era invariablemente simple: un caldo con trozos de zanahoria y un mendrugo de pan para compartir entre todos cinco aceitunas y a veces un huevo duro; a la noche una patata a cada uno"', En febrero de 1988, poco antes de que Nasar fuera puesto en libertad, llegó una inesperada innovación: un poco de queso y jamón. "Querían que engordáramos para la salida. Pero, ¿cómo íbamos a mejorar de aspecto tras dos años sin ver el sol y sin atención médica?"

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