Editorial:

"Traduttore, traditore"

SIEMPRE SE ha dicho que los traductores son traidores al ritmo y al sentido de toda obra original. A partir de hoy puede decirse que pagan esa traición (que en realidad no es puñalada de pícaro, sino una delicada, minuciosa y difícil profesión) con el riesgo de sus vidas. La muerte ayer del profesor Hitoshi Igarashi, traductor japonés de la obra maldita de Salman Rushdie, Los versos satánicos, y las heridas sufridas unos días antes por Ettore Capriolo, traductor italiano de la misma novela, equiparan la intransigencia religiosa al asesinato. Unir la extrema religiosidad a la irra...

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SIEMPRE SE ha dicho que los traductores son traidores al ritmo y al sentido de toda obra original. A partir de hoy puede decirse que pagan esa traición (que en realidad no es puñalada de pícaro, sino una delicada, minuciosa y difícil profesión) con el riesgo de sus vidas. La muerte ayer del profesor Hitoshi Igarashi, traductor japonés de la obra maldita de Salman Rushdie, Los versos satánicos, y las heridas sufridas unos días antes por Ettore Capriolo, traductor italiano de la misma novela, equiparan la intransigencia religiosa al asesinato. Unir la extrema religiosidad a la irracionalidad criminal parecía hasta 1989, año de publicación de la novela, cosa del medioevo.La condena a muerte de Rushdie por sus supuestas blasfemias y, ahora, los atentados contra sus traductores son el peor ejemplo posible de persecución de un hombre por sus ideas. Hacen un flaco servicio a la revolución fundamentalista islámica, porque fueron las autoridades religiosas y políticas de Irán las que lanzaron contra Rushdie la orden de caza y captura. No sólo los fanáticos portadores de estiletes son autores de estos crímenes.

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