Tribuna:

Las corrientes contradictorias

A medida que nos aproximamos al final del siglo, surgen dos hechos asombrosos, que serán los que conformen el tipo de orden mundial que habrá de emerger en el siglo XXI:-La guerra del Golfo, librada en tomo al crudo petrolífero, podrá ser la última guerra relacionada con los recursos naturales y que pueda afectar a la economía mundial.

- Resulta poco factible, e incluso improbable, que estalle una guerra entre las principales sociedades industriales avanzadas del mundo: Alemania, Reino Unido, Francia, Rusia, Estados Unidos y Japón, lo que en el siglo XX, y en dos ocasiones, ha si...

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A medida que nos aproximamos al final del siglo, surgen dos hechos asombrosos, que serán los que conformen el tipo de orden mundial que habrá de emerger en el siglo XXI:-La guerra del Golfo, librada en tomo al crudo petrolífero, podrá ser la última guerra relacionada con los recursos naturales y que pueda afectar a la economía mundial.

- Resulta poco factible, e incluso improbable, que estalle una guerra entre las principales sociedades industriales avanzadas del mundo: Alemania, Reino Unido, Francia, Rusia, Estados Unidos y Japón, lo que en el siglo XX, y en dos ocasiones, ha sido una de las características dominantes.

Ambos hechos indican lo cambiante de la tecnología y la geopolítica de nuestro tiempo.

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Cuando afirmo que el conflicto relacionado con el petróleo puede ser la última guerra librada en tomo a los recursos naturales, no quiero decir que no vaya a haber más guerras a causa de dichos recursos. El agua supone un problema estratégico en Oriente Próximo, que afecta a Turquía, Irak, Jordania, Israel, etcétera. (El agua también supone un serio problema entre los Estados suroccidentales de Estados Unidos, como California y Arizona.) Pero estas guerras ya no afectarían a la economía mundial, como sí lo hace el petróleo.

El principal de los motivos de mi argumentación es de índole tecnológica. Hace 50 años, y durante la II Guerra Mundial, los recursos naturales estratégicos desempeñaron un papel crucial en el conflicto librado entre las principales potencias. Entre dichos recursos habría que señalar, por ejemplo, el caucho, el estaño y el cobre. Las naciones productoras, como Malaisia, en el caso del caucho, se convirtieron en focos de intervenciones militares estratégicas. No obstante, ninguno de estos productos tiene en la actualidad un papel tan destacado gracias a los sustitutos tecnológicos. El petróleo es el último recurso natural, con una importancia tan destacada que puede implicar a todos los países del mundo. Sin embargo, resulta muy probable que en los próximos 25 años el petróleo, sobre todo a medida que aumente de precio, disfrute de una importancia cada vez menor, tanto frente a otros sustitutos naturales, como el carbón y el gas natural, como, y lo que es más importante, frente a los cambios tecnológicos, desde la superconductividad a la energía solar. El petróleo seguirá siendo la base de los productos petroquímicos, pero se utilizará cada vez menos con fines energéticos a lo largo de los años venideros, sobre todo a medida que los modernos procesos de producción de alta tecnología eleven los procesos de fabricación a unos resultados más eficaces desde el punto de vista energético.

La segunda propuesta resulta igualmente evidente. No es solamente que las alianzas cimentadas en la guerra fría, como la de la OTAN, Estados Unidos y Japón, hayan hecho interdependientes las estructuras militares de estas naciones, ni que el colapso de la Unión Soviéticas como una potencia efectiva (aun con armas nucleares) hagan la guerra menos probable, sino que han cambiado los conceptos básicos estructurales de la geopolítica.

Desde 1870 a 1940 fuimos testigos de la rápida expansión del imperialismo occidental, en tan gran medida que antes de la II Guerra Mundial el 80% de la masa continental del mundo, así como el 80% de los pueblos del mundo, se encontraban bajo el control de las potencias occidentales. Las características estructurales primarias del imperialismo eran las necesidades de seguridad y de materias primas naturales, motivos de poder y de prestigio aparte (y no voy a infravalorarlos). Desde 1890 a 1940 Japón fue a la guerra cuatro veces contra Corea, Rusia, China y Estados Unidos. Emprendió las guerras contra Corea y Rusia para proteger sus flancos de ataques continentales. Fue a la guerra contra China, en los años treinta, para asegurarse el carbón y el resto de los recursos de Manchuria, y contra Estados Unidos para extender su empuje hacia el sureste asiático.

En 1914 y 1939 Alemania fue dos veces a la guerra contra el resto de las naciones europeas. La guerra contra la Unión Soviética podría ser la última guerra en la que el espacio geográfico haya desempeñado un papel fundamental. Aunque los ejércitos alemanes llegaron a las puertas de Moscú (al igual que Napoleón había capturado Moscú casi un siglo y cuarto antes), el Ejército ruso se pudo retirar a través de un vasto espacio interior antes de la decisiva batalla de Stalingrado.

El espacio geográfico tiene muy poca importancia en la era de los misiles, de los misiles balísticos intercontinentales, los misiles de crucero de alcance medio o incluso de los misiles Scud de corto alcance. De este modo, la seguridad ha dejado de ser cuestión de espacio.

Desde 1945, en tiempo de paz Japón ha hecho mucho más que en 40 años de guerra. Pasa lo mismo con Alemania. Lo que esto demuestra es que hoy, al igual que mañana, la economía significa la continuación de la guerra por otros medios.

Contra los que gritan "decadencia", Estados Unidos ha demostrado, en la guerra del Golfo, que sigue siendo la primera potencia militar y teconológica del mundo. Pero el ser en la guerra una potencia militar y tecnológica tan importante no significa que se encuentren en la cúspide de su poder económico. La fuerza militar y tecnológica no se basa solamente en técnicas organizativas y de armamento, sino en una serie de objetivos en los que el coste supone la consideración más importante frente a la lucha por el poder. Pero la economía, entendida como la continuación de la guerra por otros medios, implica muchos competidores en diversos mercados en los que el coste es la principal consideración. Y hay pocos motivos para creer que el tipo de estructura de mando militar bajo una sola dirección, como en el caso de la guera pueda traducirse en política industrial y armamento económico en la competencia entre naciones.

De este modo, a medida que nos acercamos al siglo XXI encontramos dos diferentes tipos de orden mundial: el orden geopolítico, basado en el Estado nacional, y el orden geoeconómico, basado en la expansión de mercados dispersos a escala mundial. Y las dos intersecciones se convierten en el origen del problema.

El orden geoeconómico está basado en dos ejes. Uno de ellos es la rápida movilidad del capital, que busca mayores beneficios basados en tipos de interés diferenciales y en oportunidades de inversión. El segundo es lo que yo he denominado fabricación distribuida, en la que los productos y sus componentes se fabrican en lugares muy diferentes, de acuerdo con los costes de mano de obra. Las tensiones son inexorables. (En muchas zonas, las empresas se desarrollan primariamente como productos de concepto de diseño. Tomemos por ejemplo

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Las corrientes contradictorias

es sociólogo.Traducción: I. Méndez y E. Rincón.

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