Una corrida capicúa

EMILIO MARTNEZ La expectación que había despertado este mano a mano, y que se tradujo en una entrada inhabitual durante la canícula, sólo se vio justificada al principio y al final de la tarde, cuando saltaron a la arena dos toros de catadura bien diversa a los que se lidiaron en el resto del festejo, curiosamente los de la divisa anunciada. Fue, pues, una corrida capicúa, que empezó interesante, devino en galvana y acabó nuevamente con la atención del amplio cotarro volcada en el ruedo.

El usía, Marcelino Moronta, puso algo de su parte en el fiasco, por no devolver mayor número de most...

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EMILIO MARTNEZ La expectación que había despertado este mano a mano, y que se tradujo en una entrada inhabitual durante la canícula, sólo se vio justificada al principio y al final de la tarde, cuando saltaron a la arena dos toros de catadura bien diversa a los que se lidiaron en el resto del festejo, curiosamente los de la divisa anunciada. Fue, pues, una corrida capicúa, que empezó interesante, devino en galvana y acabó nuevamente con la atención del amplio cotarro volcada en el ruedo.

El usía, Marcelino Moronta, puso algo de su parte en el fiasco, por no devolver mayor número de mostrencos de la divisa titular, que a sus escasísimas fuerzas añadían plomífera mansedumbre. Máxime si se tiene en cuenta que los sobreros, pese a que plantearon problemas a los coletudos, fueron los mejores, en cuanto a que ofrecieron espectáculo e interés.

Pérez Tabernero / Espiá, Mendes Cuatro toros de María Lourdes Martín Pérez Tabernero, (uno fue rechazado en el reconocimiento), bien presentados, flojos y mansos; lo de Gabriel Hernández, sobrero -en sustitución de uno de Alipio Pérez Tabernero, devuelto por inválido-, con trapío, manso encastado; 6% de Ortigao Costa, sobrero -en sustitución de uno de la divisa titular devuelto por inválido-, terciado y con genio

Luis Francisco Esplá: Ovación; silencio; silencio. Víctor Mendes: Silencio; silencio; palmas. Plaza de Las Ventas, 7 de julio. Tres cuartos de entrada.

Pero la autoridad, con ademán impasible, prefirió escuchar las inquinosas broncas que le dedicaron los aficionados, sobre todo en el cuarto, cuya invalidez era tal, que mugía triste en solicitud de una silla de ruedas. Cómo sería esta su endeblez supina que ambos diestros, al igual que con el anterior y posterior toro, se negaron a banderillear, sin que al público, pasota a la fuerza, y dedicado a la cascantina, le importara un bledo.

Autenticidad y valor

Mendes, que había intercambiado los rehiletes con Esplá en primer y segundo bicho, sin demasiado lucimiento mútuo, banderilleó en solitario al geniudo sexto, y elevó la entonces decaída tensión con su autenticidad y valor, tanto a la hora del embroque, como a la de clavar en lo alto del morrillo. No sintió ningún estrizo con el señuelo escarlata, a pesar de que su oponente desarrolló sentido. Pero Mendes volvió a tragar con bizarría y agallas hasta que lo despenó. Lo más lucido de su actuación con los distraídos segundo y cuarto, que se limitaron a barbear buscando la salida, fue su brevedad.

Esplá recibió una fuerte cayunca del manso encastado que abrió plaza, un serio y badanudo ejemplar que le atizó varios achuchones. El alicantino no se ciscó y le hizo frente con sabia entrega, lo que le costó visitar por unos instantes la enfermería después de acabar con él. Por fortuna todo quedó en un alifafe sin importancia. También diqueló que lo mejor con tercero y quinto era abreviar.

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