Editorial:

Límites para la depredación

LA UNDÉCIMA reunión consultiva especial del Tratado Antártico, celebrada en Madrid del 22 al 30 del pasado mes de abril con una amplia participación de expertos -diplomáticos, juristas y científicos- y una importante representación de agrupaciones ecologistas en calidad de observadores, ha concluido con un principio de acuerdo que, sin dejar completamente satisfechos a aquellos participantes que han expresado puntos de vista más claros y radicales, supone un acercamiento de las posiciones de partida. El acuerdo, por cierto, no ha sido fácil de alcanzar tras un inicio de las sesiones marcado po...

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LA UNDÉCIMA reunión consultiva especial del Tratado Antártico, celebrada en Madrid del 22 al 30 del pasado mes de abril con una amplia participación de expertos -diplomáticos, juristas y científicos- y una importante representación de agrupaciones ecologistas en calidad de observadores, ha concluido con un principio de acuerdo que, sin dejar completamente satisfechos a aquellos participantes que han expresado puntos de vista más claros y radicales, supone un acercamiento de las posiciones de partida. El acuerdo, por cierto, no ha sido fácil de alcanzar tras un inicio de las sesiones marcado por el optimismo y una fase posterior de duro enfrentamiento que hizo temer por el desenlace de la conferencia.No se ha conseguido la prohibición definitiva de la explotación de minerales y otros recursos naturales en el continente antártico, pero se ha alargado la moratoria 50 años. Tampoco se consiguió que el levantamiento de la moratoria requiera el consenso de todos los países miembros del Tratado Antártico, pero sí que sea preciso contar con una muy cualificada mayoría. En resumidas cuentas, se ha llegado probablemente tan lejos como es posible hoy por hoy, sin comprometer la existencia misma del acuerdo.

No hay nada que induzca a cambiar el punto de vista claramente conservacionista. Los países más pobres no sacarían beneficio alguno de la explotación de la Antártida, de la que estarían ausentes, mientras que los países ricos no tienen la menor necesidad de más recursos y materias primas. No hay, pues, justificación para una inútil intervención que, con toda seguridad, provocaría desequilibrios y agresiones sobre un medio ambiente frágil, el último reducto virgen del planeta y absolutamente vital, por otra parte, para el mantenimiento de sus equilibrios globales.

Si los Gobiernos involucrados ratifican en las próximas semanas ese principio de acuerdo, se habrá dado otro paso importante en la dirección de dotamos de instrumentos internacionales que limiten nuestra suficientemente probada capacidad de intervención masiva sobre el entorno. Y, aunque el acuerdo alcanzado no llegue tan lejos como hubiera sido deseable, es preciso reconocer que supone un importante cambio respecto de las actitudes que eran tenidas por normales no hace aún mucho tiempo en todo lo relativo a la explotación de recursos naturales. El ejemplo reciente de otras zonas, como la Amazonia, puede servir para darse una idea de la magnitud del cambio.

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Ello permite, además, abrigar la esperanza de que en los próximos 50 años se profundice en esos cambios y la conciencia mundial en cuestiones de medio ambiente madure lo suficiente como para que el fin de la moratoria no implique el fin del buen sentido.

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