Editorial:

Frágil memoria

LA CRISIS del Golfo ha tenido un efecto marginal significativo: la rehabilitación de China, a la que el mundo civilizado había condenado al ostracismo tras los sucesos de Tiananmen en junio de 1989. Las necesidades de la realpolitik -léase, la importancia de conseguir de Pekín la conformidad al progresivo cerco impuesto por la ONU a Irak- han ido limando la severidad del castigo que se impuso al Gobierno chino. Una constante de las relaciones internacionales es la fragilidad de la memoria de agravios: un día, los actos de un Gobierno son para los demás la culminación de la delincuencia,...

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LA CRISIS del Golfo ha tenido un efecto marginal significativo: la rehabilitación de China, a la que el mundo civilizado había condenado al ostracismo tras los sucesos de Tiananmen en junio de 1989. Las necesidades de la realpolitik -léase, la importancia de conseguir de Pekín la conformidad al progresivo cerco impuesto por la ONU a Irak- han ido limando la severidad del castigo que se impuso al Gobierno chino. Una constante de las relaciones internacionales es la fragilidad de la memoria de agravios: un día, los actos de un Gobierno son para los demás la culminación de la delincuencia, y otro quedan arrumbados entre los malos recuerdos. Y el culpable, en este caso China, se suma alegremente al juego de la hipocresía: mientras Pekín hace concesiones de fachada al ofendido Occidente, reprime de nuevo la disidencia. En el verano de 1989, los estudiantes chinos, sumándose ingenuamente a la ola democratizadora del socialismo real, hicieron de la plaza de Tiananmen el santuario de sus reivindicaciones: libertad y el fin de la corrupción. Por un momento pareció que el Gobierno estaba dispuesto a ceder o a dialogar. Espejismo detrás del que se escondió una brutal represión que costó miles de vidas. Inmediatamente después, China fue discretamente aislada: tanto la CE como EE UU impusieron sanciones de tipo comercial.Poco duraron los buenos propósitos. En palabras del presidente Bush, "la importantísima posición estratégica china" justificó hace ya un año una vergonzante visita a Pekín del consejero nacional de Seguridad norteamericano, general Scowcroft. Hoy los líderes mundiales razonan su flexibilidad en función de la necesaria unanimidad contra Sadam Husein.

La resolución 678 del Consejo de Seguridad autorizando el pasado 29 de noviembre el uso de la fuerza contra Irak requería la complicidad de la República Popular China. El precio de su abstención en la votación fueron dos entrevistas del ministro de Exteriores chino, Quian Quichen, con el secretario de Estado Baker en El Cairo y en Nueva York. Ni esta circunstancia ni el hecho de no ser el primero en hablar con China hacen más digno de aplauso el viaje a Pekín del ministro español Fernández Ordóñez a finales de noviembre. Llevando la representación de la Comunidad Europea, el ministro español ratificó ante sus anfitriones el levantamiento parcial de las sanciones comunitarias; lo más significativo, sin embargo, fue que acabara manifestando su comprensión por los puntos de vista de Pekín. Gestiones así restan rigor a posturas coherentes y unánimes adoptadas para otras regiones del mundo.

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