Editorial:

La desaparición del Este

LOS PAÍSES ex socialistas del este de Europa han desaparecido de las primeras páginas de la prensa internacional, después de haber acostumbrado al mundo a sorpresas casi diarias durante el histórico año 1989. Concluidos el desmoronamiento del poder comunista y la primera fase de la transición política con la celebración de elecciones multipartidistas, Occidente parece tentado a considerar cerrado el capítulo de las revoluciones del Este y se extiende la impresión de que, aunque con dificultades, la Europa central y suroriental entra en una fase más sosegada de desarrollo hacia sociedade...

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LOS PAÍSES ex socialistas del este de Europa han desaparecido de las primeras páginas de la prensa internacional, después de haber acostumbrado al mundo a sorpresas casi diarias durante el histórico año 1989. Concluidos el desmoronamiento del poder comunista y la primera fase de la transición política con la celebración de elecciones multipartidistas, Occidente parece tentado a considerar cerrado el capítulo de las revoluciones del Este y se extiende la impresión de que, aunque con dificultades, la Europa central y suroriental entra en una fase más sosegada de desarrollo hacia sociedades modernas, pluralistas y occidentalizadas.La realidad en estos países muestra, sin embargo, un escenario muy distinto al de esa optimista expectativa. La situación en los Estados europeos que emergen de cuatro décadas de dictadura política y economía hipercentralizada es -sin excepción- grave, cuando no dramática. Y la crisis del Golfo y la consiguiente subida del precio del petróleo puede dejar a sus economías en situaciones sin salida, con la amenaza de graves conmociones sociales y políticas.

La transición política era deseada por la mayoría en estas sociedades y ello facilitó que -salvo en el caso rumano- la caída del viejo régimen se realizase sin violencia. La reforma económica, sin embargo, plantea grandes dificultades, infravaloradas en muchos casos, con repercusiones muy graves para amplias capas sociales, como estos días lo demuestran las manifestaciones en la RDA y la consiguiente crisis política surgida en el Gobierno de De Maiziere.

Además, la crisis del Golfo llega en el peor momento posible. La URSS ya ha reducido drásticamente el suministro de crudo a sus antiguos aliados y exige su pago en divisas convertibles. Las industrias heredadas de los regímenes socialistas consumen en torno al doble de energía por unidad de producción que las de los países occidentales miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Con las subidas del coste del barril de crudo que cabe prever, algunos países del Este deberán dedicar prácticamente la totalidad de sus divisas a la factura petrolera.

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Así las cosas, la reconversión industrial y la modernización estructural, máximas prioridades para un saneamiento económico, se hacen del todo imposibles por falta de divisas convertibles para inversiones productivas. Mientras las cifras del desempleo continúan disparándose en todos los países de la región, el nivel de vida cae en picado debido a la subida de precios provocada por la liberación de los mercados y eliminación de las subvenciones. En varias ciudades se ha comenzado a repartir sopa para indigentes.

¿Cómo abordan los nuevos Gobiernos esa transición económica y sus inevitables costes sociales? Si en Polonia el Gobierno de Mazowiecki ha optado por medidas de choque y ha podido afrontar -hasta ahora sin cataclismos- las secuelas sociales, en otros países existe una fuerte presión a favor de soluciones más graduales. Pero, cualquiera que sea el camino escogido, el impacto para la población es durísimo. Y las perspectivas de mejora, muy a largo plazo. Si la mezquindad de las ayudas o la falta de interés por parte de Occidente permiten que surjan situaciones de colapso económico, puede ponerse en peligro el compromiso de las poblaciones con la democracia. El descrédito de los políticos prooccidentales que han dirigido la transición podría acentuar el rebrote de sentimientos nacionalistas, antiliberales y antioccidentales, tan en boga en los años de entreguerras en estos mismos países. Poco quedaría entonces del tan celebrado triunfo de los valores occidentales el pasado año. Sería un fracaso de dimensiones históricas que haría del Este un nuevo foco de crisis con consecuencias imprevisibles.

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