Crítica:

La magia se evitó

Derviches Giróvagos Mevlevi de Estambul. Nusrat Fateb Alí Khan y su conjunto

Palacio de Carlos V. Granada, 20 de junio.

Todos los elementos que podían convertir una noche fría y sin estrellas en una velada memorable estaban presentes pero, tal vez, la noche era demasiado fría y la falta de estrellas demasiado evidente. Algo falló y ese algo fue una parte del público de Granada, que con su presencia ausente alzó una impenetrable barrera ante el escenario, impidió conscientemente cualquier comunicación, asumió su papel de espectador neocolonialista y bordeó la mala educación...

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Derviches Giróvagos Mevlevi de Estambul. Nusrat Fateb Alí Khan y su conjunto

Palacio de Carlos V. Granada, 20 de junio.

Todos los elementos que podían convertir una noche fría y sin estrellas en una velada memorable estaban presentes pero, tal vez, la noche era demasiado fría y la falta de estrellas demasiado evidente. Algo falló y ese algo fue una parte del público de Granada, que con su presencia ausente alzó una impenetrable barrera ante el escenario, impidió conscientemente cualquier comunicación, asumió su papel de espectador neocolonialista y bordeó la mala educación abandonando la sala entre canto y canto. Se evitó así que la magia apareciese.Turcos y paquistaníes paseaban por Granada con la satisfacción del que respira aire conocido y la excitación de actuar tan cerca del Patio de los Leones. Todas las entradas se habían agotado demostrando una curiosidad que se quedó sólo en eso: curiosidad. Incluso la reina Sofía se había desplazado expresamente desde Madrid para asistir al acontecimiento. Pero esa noche el duende se quedó encerrado bajo llave en alguna cueva del cercano Sacromonte y la ceremonia de amor y comunicación quedó reducida a un mero espectáculo de feria para curiosos.

Ya de entrada los Derviches Giróvagos Mevlevi, de Estambul, tuvieron que acortar notablemente su ceremonia para ajustarse a las necesidades de protocolo y de un escenario demasiado estrecho. Sin duda fue mejor así, porque con sólo 55 minutos el público ya había comenzado a demostrar su cansancio ante los giros de aquellas peonzas blancas de profunda mirada perdida en algún horizonte interior. Pocos versos de Rumi se entonaron esa noche, pero fueron suficientes para transmitir, a quien quiso recibirla, la emoción de un acercamiento milenario entre el hombre y su propio interior. Un acercamiento propiciado e instigado por una música y un canto llenos de sensaciones. Incluso sin la danza mística de los giróvagos el contenido musical de esta Ronda Celestial de los Planetas posee una capacidad de atracción extraordinaria. Atracción en la que comparten protagonismo las dos nay (flautas) de los hermanos Erguner, el resonar de los tambores kudum y las plegarias penetrantes de los lectores. Una experiencia que es necesario vivir como mínimo una vez en la vida.

Horizonte interior

Tan necesario como dejarse atrapar por la voz de Nusrat Fateh Alí Khan, sensación totalmente distinta pero igualmente hipnótica a la de los Derviches. El mundo del qawwal paquistaní es más lúdico y participativo, pero también clava sus raíces en el horizonte interior de forma conmovedora. La voz fascinante y cargada de mil sutiles matices de Nusrat, algo acatarrado esa noche, se quebraba en un auténtico escalofrío, la emoción de su canto era retomado y proyectado con fuerza por su grupo.

Los constantes cambios de ritmo puntuados por las poderosas percusiones de Dildar Khan y mantenidos por las melodías repetitivas de los dos armonios elevaba la voz del qawwal hasta alturas cada vez más estremecedoras.

Pero el ambiente marcó su ley y el grupo paquistaní, a pesar de sus intentos primero de acercamiento y después de abstracción, tuvo que ceder y abandonar el escenario tras 90 minutos, menos de la mitad de cualquiera de sus actuaciones habituales. ¿Cómo podía el qawwal seguir cantando su mística ante un público que sin ningún recato se levantaba y marchaba con su curiosidad ya saciada tras los primeros minutos? Esa noche todo estaba en contra y ni siquiera la colonia paquistaní barcelonesa, que había recorrido media península en coche, se atrevió a acercarse hasta los pies del cantante para depositar sus ofrendas; nadie se dejó arrebatar por la danza o cayó en un trance profundo como había sucedido en sus anteriores actuaciones hispanas. Obligado por las circunstancias, Nusrat Fateh Alí Khan fue una sombra de sí mismo, impotente para romper una barrera infranqueable.

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