El joven Mozart y el maduro Bruckner

ENRIQUE FRANCO

Como esperábamos, la Séptima Sinfonía de Bruckner, en manos de la orquesta austriaca que lleva el nombre del gran compositor, tuvo categoría y autenticidad. En el pensamiento y en el estilo, Bruckner es para los intérpretes de su país otra cosa bien distinta de la que todavía escuchamos a muchas batutas, incluidas algunas célebres.En ellas parece que lo importante en Bruckner son las dimensiones, con lo que se dedican a construir, con criterio arquitectónico, grandes catedrales sonoras, lo que no deja de ser un juego bastante ingenuo, aunque indudablemente efectista.
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ENRIQUE FRANCO

Como esperábamos, la Séptima Sinfonía de Bruckner, en manos de la orquesta austriaca que lleva el nombre del gran compositor, tuvo categoría y autenticidad. En el pensamiento y en el estilo, Bruckner es para los intérpretes de su país otra cosa bien distinta de la que todavía escuchamos a muchas batutas, incluidas algunas célebres.En ellas parece que lo importante en Bruckner son las dimensiones, con lo que se dedican a construir, con criterio arquitectónico, grandes catedrales sonoras, lo que no deja de ser un juego bastante ingenuo, aunque indudablemente efectista.

En cambio, el viejo maestro Erik Eichhorn, más que octogenario, pero pleno de brío, entiende la música bruckneriana como un largo fluir lírico, exactamente como lo que es: la consecuencia de Schubert en su Novena sinfonía, pese a las resonancias wagnerianas, más derivadas de una actitud admirativa que de una postura secuaz.

Como la calidad sonora de la Sinfónica de Linz junta la consistencia y lo transparente y Erik Eichhorn es maestro que sabe conducir la música desde un sentido melódico, tanto por su cantabilidad como por el devenir de tensiones y relajaciones, los resultados fueron realmente hermosos.

Técnica esplendorosa

Antes, el Concierto número 1 de Max Bruch sirvió como tarjeta de presentación de un joven violonista veinteañero: el soviético, residente en Italia, Serguéi Krilov, dueño de una técnica esplendorosa y de una musicalidad convincente.

Como Eichhorn se hizo cargo del programa a última hora por indisposición de Welser-Möst, quizá faltaron grados de identificación entre la orquesta y el joven y ya formidable solista. En resumen, asistimos el lunes a un concierto digno de un prestigioso festival europeo, como es el de Granada.

Jóvenes intérpretes

Capítulo interesante de la 39ª edición del festival de Granada es la actuación de jóvenes intérpretes españoles como el guitarrista leridano Carlos Trepat, también veinteañero, y los pianistas Jorge Robaina (Las Palmas, 1964) y Andreu Riera (Mallorca, 1965).

Escuchamos a este último una delicada y expresiva versión del Concierto en la mayor, K 414, de Mozart, en la que, con claridad de juego y sonido nítido y coloreado, demostró que tiene palabras propias, nunca caprichosas, para la música del gran salzburgués.

Colaboró con eficacia la New American Chamber Orchestra, agrupación residente en Granada hasta 1991, que dirige Misha Rachlevsky, con versiones que fueron muy aplaudidas de la Cuarta sonata de Rossini y la Primera sinfonía de Mendelssohn, quienes escribieron estas obras, como Mozart su concierto, cuando apenas remontaban la adolescencia.

Continuaron los comentarios en torno a Salomé y la minipolémica entre la directora del festival internacional de Granada, María del Carmen Palma, y el Patronato de la Alhambra, cada uno de los cuales defiende sus derechos específicos: la primera, el de renovar los espectáculos; el segundo, el de asegurar la conservación de los monumentos. Las dos partes cumplen con su deber.

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