La noche alegre

De repente se hizo la oscuridad, cuando se inundó el escenario ya estaban allí los Rolling Stones, Mick Jagger con casaca verde esmeralda, y hubo una explosión de júbilo. Bueno, la oscuridad no había sido total, porque muchos prendieron bengalas, crepitaban lucecitas por el inmenso graderío y por todo el ancho césped, y los recorrió un trémolo de emotividad. Fue el remanso de paz en la noche alegre, entre la ruidosa actuación del grupo telonero y el estruendo del grupo estelar.En cuanto apareció en escena, en cuanto Mick Jagger abrió la boca, en cuanto el rock empezó a batir por megafon...

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De repente se hizo la oscuridad, cuando se inundó el escenario ya estaban allí los Rolling Stones, Mick Jagger con casaca verde esmeralda, y hubo una explosión de júbilo. Bueno, la oscuridad no había sido total, porque muchos prendieron bengalas, crepitaban lucecitas por el inmenso graderío y por todo el ancho césped, y los recorrió un trémolo de emotividad. Fue el remanso de paz en la noche alegre, entre la ruidosa actuación del grupo telonero y el estruendo del grupo estelar.En cuanto apareció en escena, en cuanto Mick Jagger abrió la boca, en cuanto el rock empezó a batir por megafonía, se acabó el remanso de paz. Mick Jagger no paraba, caminaba el escenario de un lado a otro con aires de gallo de pelea, como los cabos gastadores cuando hacen guardia delante del Ministerio de Defensa, y cantaba lo que tuviera a bien cantar, dentro de aquel ruido inmenso, coreado por miles de gargantas, trepidar de palmadas, rítmico zapateo sobre el cemento.

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El ancho cesped estaba cubierto por lonas, sobre las lonasS una multitud, sobre el inmenso graderío otra multitud, ambas multitudes enfervorizadas, más enfervorizadas cuando las luces cambiaban de color la escenografía, y sobre todo cuando los focos las convertían en protagonistas, dando barridos sobre sus cabezas, por todas las anchuras y las inmensidades.

A las seis de la tarde abrieron las puertas y un gentío ya estaba allí para coger sitio. El sol caía a fuego y quienes lo estuvieron recibiendo hasta que desapareció lánguidamente tras el anfiteatro hoy pueden presumir de que estuvieron en el recital de los Rolling Stones o en la Costa Brava tomando baños de mar, a elegir.

La mayoría de las 60.000 personas que abarrotaban el estadio eran jóvenes, aunque no tan jóvenes y abundaban los talluditos. Por eso tuvieron tanto éxito los bien medidos espacios que el montaje reservó para la añoranza. Lo de las bengalas fue definitivo. Muchos se ponían románticos y juntaban las cabecitas. Otros más fogosos, se comían la boca por las buenas. Pero no había por qué echar cuentas sobre actitudes ajenas pues cada cual iba a lo suyo y a divertirse.

Los que encontraron asiento, para nada los necesitaban y se pasaron la noche de pie dando el meneo rockero que marcaban los Rolling Stones. Si cantaron bien o mal, eso jamás se sabrá, con semejante jarana. También es verdad que daba lo mismo. A ver quién había acudido allí para deleitarse con melodías, admirar voces, poner el espectáculo en solfa. Se trataba de recuperar aquellos años ya perdidos y quien no los vivió, conocer el mito; se trataba, sobre todo, de participar. Y la gente, 60.000 personas con moreno de playa y el cuerpo a tope, participó, conoció el mito, recuperó los años perdidos y vivió la memorable noche del rock. Así que todo el mundo contento y feliz.

Más información en las páginas 10 a 12

del suplemento Domingo

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