Editorial:

Los votos deciden

LA DIFERENCIA de votos entre los sandinistas y la Unión Nacional Opositora (UNO) en las elecciones celebradas el domingo en Nicaragua es tal que no caben interpretaciones: estamos ante la expresión inequívoca de la voluntad de un pueblo. La victoria de Violeta Chamorro y de la UNO es de esos casos excepcionales en los que los resultados de unas elecciones marcan un viraje trascendental en la historia de un país. La limpieza ha sido ejemplar, y el despliegue de observadores extranjeros, sin precedente por su amplitud. Pero, además, Daniel Ortega -que ha desempeñado un papel esencial en el proce...

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LA DIFERENCIA de votos entre los sandinistas y la Unión Nacional Opositora (UNO) en las elecciones celebradas el domingo en Nicaragua es tal que no caben interpretaciones: estamos ante la expresión inequívoca de la voluntad de un pueblo. La victoria de Violeta Chamorro y de la UNO es de esos casos excepcionales en los que los resultados de unas elecciones marcan un viraje trascendental en la historia de un país. La limpieza ha sido ejemplar, y el despliegue de observadores extranjeros, sin precedente por su amplitud. Pero, además, Daniel Ortega -que ha desempeñado un papel esencial en el proceso que ha llevado a las elecciones ha aceptado la evidencia de su derrota y, al reconocer la victoria de Violeta Chamorro, se ha inclinado ante la ley básica de la democracia: los votos deciden.Para muchos, este resultado ha sido una sorpresa, ya que los sondeos y las concentraciones populares previas a la apertura de las urnas daban una impresión de ventaja para los sandinistas. Pero los sondeos son particularmente inciertos en un país que ha vivido 10 años de guerra civil, sin un pluralismo pleno hasta la convocatoria electoral. Por otra parte, el barómetro de las manifestaciones es doblemente inseguro cuando una parte -en este caso, los sandinistas- disponía de fuertes medios para movilizar a la población. Si se recuerda la tragedia vivida por el pueblo en los 10 últimos anos, no puede sorprender que el partido menos favorecido por los votos haya sido precisamente aquel que ostentó el poder en exclusiva durante ese período. La grave situación económica -que alcanza extremos intolerables- y la incertidumbre sobre el futuro si el sandinismo continuaba en el poder han sido los principales factores de su derrota.

Estados Unidos ha jugado todas las cartas para eliminar a Daniel Ortega y a sus compañeros, desde el cerco económico hasta el hostigamiento militar de la contra. Al final, los medios políticos menos agresivos empleados por el presidente Bush han resultado más eficaces que las conspiraciones desestabilizadoras de la etapa de Reagan. Este vuelco de la situación en Nicaragua se inscribe en un proceso de derechización de Centroamérica que, si bien con formas políticas diversas, indica una creciente recuperación de la influencia de Washington en la zona. En ese marco, el numantismo marxista-leninista de Fidel Castro resulta aún más anacrónico. Todo ello en un momento internacional en el que se hunden los regímenes comunistas de Europa. Nicaragua no era una prolongación del socialismo real, pero recibía ayudas, materiales y espirituales, de ese mundo socialista, hoy en bancarrota.

Hace poco más de 10 años, cuando derribó la dictadura de Somoza, el sandinismo encarnó unos ideales de progreso social que despertaron grandes simpatías incluso fuera de Nicaragua, sobre todo en Latinoamérica y en Europa. Pero muy pronto la dramática realidad fue borrando los entusiasmos iniciales. Si el Gobierno sandinista no era responsable del cerco que le imponía EE UU, Daniel Ortega y sus compañeros, en cambio, sí lo fueron de una política sectaria que fue alejando del poder a muchas de las fuerzas que habían luchado contra Somoza, antes incluso de que el bloqueo estadounidense (tal como había ocurrido 20 años antes en Cuba) empujase a los sandinistas a refugiarse en los registros más totalitarios de toda revolución. Es cierto que últimamente Ortega encabezó un esfuerzo de democratización sincero. Pero el desgaste sufrido era profundo.

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Nicaragua entra en una etapa de transición compleja, ya que no se trata simplemente de pasar de una coalición parlamentaria a otra. El aparato estatal y las fuerzas armadas han sido creados por el sandinismo y tienen una fidelidad de partido que puede dar lugar a serios problemas. Es indispensable que el viejo poder y el nuevo surgido de las urnas colaboren para que se cumpla la voluntad popular. Violeta Chamorro y Daniel Ortega han hecho declaraciones positivas que indican un común deseo reconciliador.

Por otra parte, la actitud de Washington anunciando ayudas a Nicaragua y elogiando la conducta de respeto a la democracia de Daniel Ortega es importante. La política de reconciliación -exigida por las condiciones internas de Nicaragua- tendrá mayores posibilidades de plasmarse si tiene respaldos en Washington. En este momento delicado, si el Gobierno sandinista derrotado debe garantizar una transmisión de poderes ordenada y civil, la obligación de los que han ganado las elecciones es evitar todo espíritu de revancha y de humillación.

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