Crítica:MÚSICA CLÁSICA

Apoteosis de Giulini

Pocas veces podemos dar cuenta de un triunfo apoteósico como el que anteayer obtuvo Carlo María Giulini con la Orquesta Filarmónica del Teatro alla Scala de Milán. Un programa rigurosamente tradicional daba ocasión de constatar, una vez más, los altos valores del maestro italiano, continuador del que fue su maestro, Victor de Sabata, en cuanto parece lograr una síntesis de corrientes latinas y germánicas, aun cuando la latinidad salga siempre triunfante.La Sinfonía Renana en manos de Giulini nos habla de Schumann en todas sus dimensiones, desde la monumental e impetuosa continuidad del ...

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Pocas veces podemos dar cuenta de un triunfo apoteósico como el que anteayer obtuvo Carlo María Giulini con la Orquesta Filarmónica del Teatro alla Scala de Milán. Un programa rigurosamente tradicional daba ocasión de constatar, una vez más, los altos valores del maestro italiano, continuador del que fue su maestro, Victor de Sabata, en cuanto parece lograr una síntesis de corrientes latinas y germánicas, aun cuando la latinidad salga siempre triunfante.La Sinfonía Renana en manos de Giulini nos habla de Schumann en todas sus dimensiones, desde la monumental e impetuosa continuidad del vivace inicial hasta la íntima solemnidad del maestoso. Una majestuosidad que se dirige sobre todo hacia lo más recóndito del propio intérprete pero a la que se incorpora, irresistiblemente atrapada, la totalidad de la audiencia. Y es que, como mil veces ha declarado, Giulini en el momento de dirigir siente qué es la música. "Un segundo después desciendo del estrado y vuelvo a ser el hombre normal que era anteriormente".

Orquesta Filarmónica de la Scala

Director: C. M. Giulini. Obras de Schumann, Ravel y Stravinski. Auditorio Nacional. Madrid, 29 de enero.

Los intérpretes capaces de semejante transfiguración saben ahondar en las últimas razones del sentimiento romántico para transmitirnos su verdad. Todo discurre como un fluido espontáneo cuya tensión vital hace crisis en la popularidad del scherzo, en la gracia cantabile del tercer movimiento o en la fulgurante palpitación del final.

Las ovaciones tras la Renana fueron auténtica pleamar. Tras el intermedio, esta vez necesario, Giulini tomó en sus manos ese maravilloso juguete de precisión y emociones de niño grande que es Ma mére l'oye, uno de los muchos milagros ravelianos, con su dulce pavana, su cortejo oriental de la Emperatriz de las pagodas y el misterio clarificado del Jardín mágico. El estilo de Giulini está siempre hecho de mesura, lo mismo ante el posible desbordamiento romántico que ante la excesiva minuciosidad de los primores ravelianos o ante el gesto, el color, la poesía y la fuerza del Pájaro de fuego de Stravinski, que cerró el programa. En clima de triunfo absoluto. Carlo María Giulini es conmovedor. De su presencia, su gesto y su saber emana la más razonada expresividad, y desde ella conecta con el público, lo convulsiona y provoca la explosión aclamatoria que al fin del concierto constituía un nuevo espectáculo.

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